La Holden me recibió este febrero con un estreno de cartel. 6 Bianca: la primera serie teatral de la historia. «Devi andare a vederla, senza altro!», me decían todos en la escuela mientras me iban contando más cosas. Que era un thriller psicológico y una tragedia familiar en torno al suicidio de Bianca, una adolescente que se ahorca en una de las fábricas de su padre, que la serie consta de seis personajes principales y de seis episodios que cada personaje va protagonizando, que la idea original había sido de Lorenzo Barello y Barbara Ferrato y que la escritura le estuvo encomendada a un equipo de cuatro coautores de la Scuola Holden orquestados y dirigidos por el escritor y guionista norteamericano Stephen Amidon. Y que Baricco confesó en la presentación del proyecto a la prensa que le habría gustado haber sido él quien hubiese tenido esa bella idea.
En vísperas del estreno, por toda la escuela corría un escalofrío de frases sueltas de los diferentes personajes, como voces que se iban leyendo en los pasillos y en las aulas, en el mostrador de recepción, sobre el espejo de algún baño, en el cristal de ciertas ventanas.
«Me llamo Bianca Ferraris. Me morí ayer».
«Solo los muertos son honestos».
«La envidia es una especie de amor».
«Estamos enamorados de nuestros pecados».
El domingo que fui a ver el primer capítulo, había un cielo violeta —que suele ponerse a menudo en Turín cuando llueve o ha llovido mucho— y una niebla mohosa que hacía que a la entrada del Teatro Stabile solo pudiésemos vernos los propios pies sobre los rieles del tranvía que atraviesan la calle Rossini.
«No sé por qué estoy aquí. Vago por la ciudad, sola como una nube. Ayer en la noche, me sorprendí caminando por Vanchiglia, en la niebla. Era como si fuese la última persona que quedaba en la ciudad».
La puesta en escena que recibe al espectador en cada capítulo sintetiza poéticamente los géneros del teatro y de la serie televisiva porque convoca el espacio mítico del escenario antiguo con el set televisivo más contemporáneo: la fábrica es también una caverna. Del techo penden cables o lianas —con los que al inicio de cada capítulo vuelve a ahorcarse Bianca, como en una pesadilla recurrente, y de los que queda allí, dramáticamente suspendida en la oscuridad—; en el fondo, resplandece una luz que señala un portón de hierro dintelado por enredaderas —la hiedra bacante y dionisíaca—y que se transforma súbitamente en el umbral por donde entra y sale Bianca de la vida a la muerte y de la muerte a la vida.
Asimismo, la puesta en escena replica el eco de la misma niebla turinesa, pero a modo de una polvareda blanca que se levanta de las grietas de la fábrica —o de los sótanos del Inferno— y que contagia, ensucia, implica y difumina a cada uno de los personajes.
En la página oficial de 6 Bianca se puede leer la fantasía última del proyecto: «El cine nació del teatro y la televisión del cine. Llevar la televisión al teatro a través del lenguaje y el formato narrativo de las series televisivas».
La fábrica abandonada y la caverna, los cables y las lianas, el polvo y la niebla, el sótano y el Inferno. Y, asimismo, el drama y la tragedia conjugados con el thriller y el suspense. Eurípides y Shakespeare; Breaking Bad y Los soprano. Y, en el escenario, esa franja crepuscular entre el pasado y el presente, otra de las fases violeta del cielo de Turín: la ciudad que da, a su vez, gravedad geográfica e ingravidez límbica a la historia y a Bianca.
«Básicamente, creo que volví porque me estabais pensando, ¿no es así? Pero, en realidad, solo quería fumarme un cigarro».
El jueves pasado, al salir del teatro después de ver el tercer capítulo, nos encontramos en la puerta a varios de los actores, entre ellos, a Camilla Semino Favro, la actriz que interpreta a Bianca.
Un amigo la esperaba y, cuando lo vio, corrió a abrazarlo y se quedó prendida a él por un rato. No llovía, pero había niebla. La actriz llevaba unas plataformas altas de tacón grueso. Empezó a caminar y, en un momento, se detuvo sobre los rieles del tranvía para registrar su bolso.
—Andiamo, Camilla —le dijo el amigo.
—Aspetta un momento che mi fumo prima una sigaretta.
Lorena Briedis
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