Ana Fabregat (1967) estudió informática, aunque siempre ha estado relacionada con el mundo de las letras. Ha sido alumna del Taller de Escritura de Enrique Páez y, posteriormente, de la Escuela de Escritores, especializándose en las áreas de Relato y Literatura Infantil y Juvenil. Colaboró con la editorial Bruño en la colección de cuentos Altamar.
Ha publicado el cuento «Las gafas de Laurita» en la Antología de relatos La Cosquilla Molesta; finalista en el concurso nacional Cartas de Amor con «Vértigo» y finalista también en el III Certamen de Relatos Cortos El Tren y el Viaje organizado por Renfe, además de ganar el segundo premio del concurso de relatos Todos somos diferentes del ayuntamiento de Huesca, con el cuento «Miedos».
Ganadora del primer premio de relato corto de La Casa Amiga en Cicera (Cantabria) con el cuento «Soledad en la luna llena» y finalista en el concurso de cartas de amor del ayuntamiento de Calafell.
También ha publicado cuentos en las antología de relatos Leí el diario de un extraño, Tusitala, Baraka y en los libro de relatos ¡Basta de comedia!, El efecto Hawthorne y Es raro olvidarlo todo.
Excelente maestra, siempre dispuesta a resolver las dudas, se anticipa a mis necesidades, amable y correcta. Agradezco el impulso que imprime a sus comentarios, siendo esto un factor determinante para seguir adelante en los cursos de la escuela.
Bellísima persona, mi agradecimiento pleno.
#DicenDeNosotros: Gerardo Gaudiano, desde Ciudad de México (México)
Ana me ha parecido una profesora excelente. Sus comentarios han sido siempre concretos y alejados de generalidades, a la vez que estimulantes. Es además una persona extremadamente cercana y afable, lo cual favorece la interacción con ella y entre los alumnos del grupo. Un placer haber compartido este tiempo con ella.
#DicenDeNosotros: Mercedes Villegas, desde Elche (España)
Entrevista al profesor
¿Qué te sugiere la frase «El escritor nace, no se hace»? ¿Crees que se puede aprender —y enseñar— a escribir?
Como en todas las artes, creo que, partiendo de la inquietud y las ganas de compartir nuestra manera particular de ver el mundo, es muy importante el aprendizaje. Después de la formación, uno puede decidirse por una apuesta estética determinada, siempre que conozcamos el manejo de las herramientas de trabajo con las que apoyar y desarrollar la creatividad
¿Qué significa para ti tu labor como profesor? ¿Cómo y por qué comenzaste a impartir clase?
En mi caso, la enseñanza es casi un sueño. Significa compartir y es también una manera de aprender. El haberme sentado en el pupitre antes de salir a la pizarra me hace vivirlo de una manera muy cercana. Empecé como alumna por casualidad y de profesora por empeño.
¿Cuál es tu relación con el resto del equipo de la Escuela?
La escuela, en las distintas sedes que ha ido teniendo, ha sido siempre como una segunda casa para mí (creo que ya me han alcanzado en número de mudanzas). Y con los profesores me ha pasado lo mismo. Tengo grandes amigos, conocidos y hermanos, así que, como en una familia, lo mismo comparto una caña que un libro o un secreto dependiendo del momento.
¿Cuáles son las peculiaridades de tu metodología, aparte de la mecánica común a todos los talleres? ¿Te sientes libre a la hora de aplicar tu criterio pedagógico?
Me gusta mucho observar. Y jugar. Creo que es muy importante que cada alumno se sienta libre y cómodo a la hora de expresarse, así que intento crear un clima de confianza para fomentar la creatividad. Y sí, me siento libre a la hora de aplicar mi criterio porque lo he ido desarrollando como compañera antes de como profesora.
¿Qué les pides a tus alumnos cuando comienza el curso? ¿Y cuando termina? ¿Cuál es tu nivel de exigencia?
A mis alumnos les pido confianza y paciencia. Que crean en ellos, pero que no tengan prisa por alcanzar un objetivo. Mi nivel de exigencia está relacionado directamente con el que tengan con ellos mismos.
¿Qué clima te gusta y procuras que se cree en tus grupos de trabajo?
El mismo que he vivido como alumna: de camaradería, de amistad y sobre todo, de respeto. Por lo que uno hace y por lo que hacen los demás. Creo que es importante vivir la creación sin presiones, como un juego.
¿Consideras la enseñanza como un intercambio? ¿Qué te enseñan tus alumnos?
Claro. Es una simbiosis. El profesor muestra las herramientas y el modo de utilizarlas. Los alumnos aportan siempre una visión particular del uso de esas herramientas y le dan frescura.
¿Cuáles son las cualidades necesarias, según tu opinión, para ser un buen profesor de escritura?
Creo que, de alguna manera, las cualidades tienen que ver con los sentidos (y sigo mezclando lo lúdico con la lógica). Hay que saber escuchar, saborear, tocar (acercarse), oler y ver un texto. Y hay que enseñar a los alumnos a que busquen esos sentidos en lo que escriben y lo que leen.
Dentro de tu campo didáctico, ¿en qué partes te gusta profundizar?
Me interesa mucho la escritura aplicada y mezclada con otras artes. Me gusta experimentar y busco la relación de la fotografía, por ejemplo, con la creación literaria para encontrar puntos en común con los que complementarse.
Cómo compaginas la labor como profesor con tus propias creaciones?
Hace tiempo que llegué a la conclusión de que, cuantas más cosas haces, más te da tiempo a hacer (hasta un límite, claro). No escribir por falta de tiempo es, en la mayoría de los casos, una excusa para no hacerlo. A mí me sirve un trayecto de autobús hasta el trabajo, una sala de espera y hasta un andén para anotar una idea, empezar una escena o imaginar un relato.
¿Cuál es tu escritor favorito? ¿Por qué? ¿Qué libro estás leyendo en la actualidad?
Tengo muchos escritores favoritos. Y memoria de pez para recordarlos. Cualquiera que me haga sentir, que me revuelva o que me arranque una sonrisa o una lágrima. Me gustan mucho Luis García Montero, José Luis Sampedro, Cortázar, Delibes, William Goldman… Estoy releyendo Nosotros H, de Ignacio Ferrando.