Los alumnos de ‘Los sábados con Juana’ presentan antología de relatos.
- ¿Dónde? En la Escuela de Escritores de Madrid (Calle Covarubias, 1, Madrid).
- ¿Quiénes? Cayetana Alonso, Marina Andrades, E. Aranda, Pex, Sara Banfalvi, Liv Escritt, Itxaso Froggy, Sandra G. Izquierdo, Lucía García, Alejandro (González Mañoso), Jaime J. Santiago, Inés Lagarejos, Guillermo Mamani, Raquel N. González, Andrea Sanz de Andino y Juana Márquez.
- ¿Cuántos? Hasta completar aforo.
El próximo sábado 26 de noviembre a las 18:00 se presentará en la Escuela de Escritores de Madrid el libro de relatos de los alumnos del curso Los sábados con Juana, con relatos que han trabajado a lo largo del curso. Después de la presentación habrá firma de ejemplares por parte de los autores y autoras del libro.
No serviré por más tiempo a aquello en lo que no creo, llámese mi hogar, mi patria o mi religión. Y trataré de expresarme de algún modo en vida y arte, tan libremente como me sea posible, tan plenamente como me sea posible, usando para mi defensa las solas armas que me permito usar: silencio, destierro e inteligencia.
El retrato del artista adolescente
James Joyce
Prólogo del libro, por Juana Márquez
Inicio la escritura de este prólogo con cierto regusto a despedida, a cierre de etapa. Me gustaría analizar por qué. Soy profesora de adolescentes desde hace ya muchos años y tengo la sensación de que los profesores podemos acabar creyendo que no somos más que un punto fijo en el mar del tiempo, un anclaje donde cíclicamente reaparecen las mismas mareas, los mismos náufragos. Quizá, por tanto, escribir el prólogo de este libro como si me despidiera tiene algo que ver con el deseo de paralizar a los últimos habitantes de Los sábados con Juana, detenerlos para fotografiarlos en una clase llena de pájaros, de pipas de fumar, de dibujos improvisados o de envoltorios de sugus. Armar la foto fija para enmarcarlos y, de algún modo, poseer ese tiempo que se ha perdido.
Por eso, no hablaré del libro. Tampoco hablaré de sus relatos en este libro. Solo construiré un paréntesis para detenerlos. Para abrazarlos.
Me vienen a la mente muchos sábados. Sábados por la mañana, el parking de Bilbao, el café en el bar servido por la camarera más antipática del universo, el mensaje en The Juaners en el que alguno escribe “llego tarde” e, irremediablemente e invadido por emoticonos de risas, alguien responde “yo también”. Nunca llegaban del todo tarde y jamás sonrió la camarera. Subir entonces la calle Sagasta a paso rápido, buscar siempre el número de Escuela de Escritores en el telefonillo y pensar que hay que ver lo que pesa la puerta.
Y todos, como bullendo, dentro del aula.
Encontrarlos allí. O no encontrarlos: pandemia, virus, qué es todo esto, qué pasa. No aparcar en el parking de Bilbao, olvidarme por completo de la camarera más antipática del universo —qué sería de ella, en qué lugar derramaría su amargura—, escuchar campanillas de entrada a ZOOM y todos, como bullendo, en cuadraditos ordenados dentro de la pantalla.
AL surgió allí, dentro de la pantalla de mi ordenador, una cabeza aislada del cuerpo, una voz tan dulce que en el mundo dejaban de existir camareras antipáticas; y J el Caléndulas, y también J el Itsmoso, el Burdeoso y el Salamandro, todos ellos aparecieron en la pantalla de mi ordenador, con sus ojos verdiazules y una guitarra colgada en la pared. Cuadraditos en la pantalla que me recordaban a esas plataformas planas con forma de LP de la película de Superman donde encapsulaban a los malos y los enviaban muy lejos. Tan lejos. Los mirábamos irse.
Después con mascarillas, y más tarde sin mascarillas, incluso un día me exhortó la camarera más antipática del universo: “¡sin mascarilla no puede pasar!”. Ese sábado no tomé café, volví al parking, llegué hasta el coche, cogí la mascarilla olvidada y decidí que, al menos por un día, tomaría café en otro sitio, que soportaría la alegría fingida de cualquier camarera, su amabilidad empalagosa.
No puedo ordenar el discurso porque lo que hemos vivido en estos años no responde con obediencia a las coordenadas cartesianas de toda la vida. Solo imágenes que llegan encapsuladas, como si yo fuera la Zona Fantasma de Supermán. AL nos baja al Metro de Madrid y hay lamentadoras por todas partes y quizá sea para lamentarse el hecho de que AN se fue, de que IN se fue, de que SR se fue, de que O se fue. Pero no es triste, se fueron pero no es triste, son sus conversiones. Cada uno a lo suyo: G llegó detrás de sí mismo; AN desapareció, poco a poco, dentro de la pantalla. Mutamos todos como en el universo de AN, me pregunto cuál será mi forma de ser shekken. Unas trenzas, recuerdo unas trenzas y una niña a juego con sus trenzas, tan niña CN, tan de pelo corto después, tan negras las uñas y esos ojos, siempre los mismos ojos debajo de las trenzas, a la sombra de un rayón negro.
A la sombra. Y CY, la niña-Cervantes que se convirtió en niña-Joyce, la que crujió como un huevo al romperse y emergió la transgresión, la infamia, la irreverencia; y tanta modernidad metida dentro de todo lo que somos, fuimos y seremos de E, su manera de ser ella cada sábado un poco más, un poco más, el barrio en E que es el barrio donde todos nos magullamos las rodillas; ¿qué sabe CY de Instagram?, ¿cómo se puede estar tan cerca de todo estando tan lejos de todo?; el ojo detrás de la cámara de AL, la cámara, su manera de mirarnos con lo que mira; y vuelven las trenzas que ya no son, aquel premio que ganó, CN que sale de clase como a escondidas, a por su premio de niña de trenzas; la novela por entregas de AN, la emoción sincera ante el qué pasará en el siguiente capítulo, la perfección narrativa, su seriedad; la explosión entre lo coloquial, lo urbano, lo de pueblo, boom, E escribiendo a favor y en contra de lo religiosamente bello; las enumeraciones caóticas de R, la risa de R, los textos que explotan de R; y de O, las enumeraciones caóticas de O, su risa, la risa de ambas juntas o por separado; y G, tan callado y tan enorme todo por dentro, tan de quitarse el sombrero. G vino y no hablaba. Hasta que un día, ¡la hostia!, hasta que un día, ¡mierda!, hasta que un día, ¡coño! Y nunca una mala palabra, un mal gesto, nunca. La educación de G, sus palabras bellas que se muerden unas a otras en su escritura de dientes certeros, y pienso en Cortázar, en García Márquez, en cómo ha podido llegar a tanto G en tan poco tiempo.
Los dibujos. Tuvimos dibujos de CN, lápices de colores y más trenzas; después, lápices de colores y más dibujos de IX. Como el que siente que no da suficiente y siempre da más, CN, IX, su color. AN y ahora no puedo escribir un cuento, sigo con la novela, y sigue, y seguía, y llegó muy lejos. Y J, J el Yoséqué, J el Tunante que busca el enlace a la sala de ZOOM cuando se me acaba la paciencia; la tipografía en los títulos de IX, el lujo siempre en los detalles; la publicación de un texto de G en una revista, la escritura de G tan de antes y tan qué hacemos ahora, el querer volver atrás solo para devolverle a un mundo a la medida de su escritura; los textos llenos de humo de IN, la casa entera llena de humo, el bar de la camarera amargada, todos sus textos, el humo por todas partes; y una niña escondida en una clase de escritura para adultos y un gato, IX que estuvo antes debajo de la mesa que delante; las madres que no se sorprenden de que sus hijos de fumen de AL; y más humo y más besos en los textos de M, besos de los de antes, besos de los que iniciaban mundos; y besos en los textos de IN, con sabor a cigarrillo frío, con sabor a café amargo en los textos de O.
Un premio para AL, que merece un premio y más de uno, su voz calmada y melodiosa leyéndolo ante el público, lo vemos en The Juaners; la emocionalidad contenida que desbordará IX, su texto de niña valiente; y la risa floja, la risa contagiosa de SN; dibujos en los que uno querría vivir, de IT, de CN; dibujos a mano alzada mientras repito lo de la revisitación del tópico, lo de los adjetivos antepuestos o lo de la muerte del narrador, el concurso de dibujos en el corcho del pasillo de la Escuela; los contrastes de CY, pelo negro y piel blanca, ¿qué hay dentro de tu mente, CY?; J el Tunante que soy de ciencias y qué hago yo aquí; y SR que hizo el viaje al revés, que surgió de la nada virtual, de los textos que parecen no pertenecer a nadie y de repente en clase, SR la delegada, SR y los barcos y las maletas y tanta belleza; las risas de J, de L; la valentía de lo nítido de IX y la valentía de la bruma de SN; y qué decir de L, la reina del caos, su pluma rápida.
El atasco de la escritura en CN, sus trenzas atascadas; tantas primeras veces en los textos de IN, los cuentos irreverentes de L, curas y bicicletas de L; M que firma libros, su novela, en su pueblo, y nos invita a todos, la vemos en The Juaners y aplaudimos con emoticonos de manos que aplauden; y las madres según CY, los hijospordiosloshijos de CY; la vida, masticada entera en los textos de G, como si hubiera vivido cien años; gatos que maúllan, que ronronean, que se suben a los sofás, que derraman café, café amargo, café que se queda frío en los textos de O; las tardes de no saber qué hacer con la vida de los relatos de M; tanto y tanto bueno de G; el discurso de AL en su instituto, con mascarilla también, como una broma pesada. Los gestos en la pantalla de O, esos aspavientos que hacen sospechar que O vuela, pero está agarrada por alguna parte a un suelo que no le corresponde. R y su deseo de ser de carne y hueso, los colores en las uñas de J el Falsote, las mariposas de M, los bailes de SN, el silencio pintado de colores de IT, la voz quebradiza de SN que dice “es muy malo, pero es algo”. El amor en M, el sexo despiadado en M, el no quererse, el despreciarse pintado en los relatos de M.
Y el texto de una madre de R.
Y SR delegada, y SR inglesa.
Y un niño negro.
Sobre la profesora
Juana Márquez
Licenciada en Matemáticas por la Universidad Complutense de Madrid. Trabaja como profesora de Secundaria. Ha publicado dos libros de relatos La reina de los locos y A contrasombra. Ha participado en las antologías Watchwomen: narradoras del siglo 21 y Adentro de tu máscara relampaguea la noche. En 2010 publicó la novela Desnudando a Barbie y en 2017, Minä, con la que ganó el primer premio XI Ediciones Oblicuas en la categoría de Novela.
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