Lola Nieto es doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona, con una tesis sobre la escritura de Chantal Maillard. Ejerce como profesora e imparte cursos de literatura contemporánea española, literatura japonesa y escritura creativa en algunos centros, como crisi en Barcelona. Ha coeditado la Revista Kokoro (www.revistakokoro.com) y ha coordinado la editorial Kokoro Libros. Ha publicado los poemarios Alambres (Kriller71, 2014), Tuscumbia (Harpo, 2016), Vozánica (Harpo, 2018) y Caracol (RIL editores, 2021). Ha participado en diversos festivales de poesía experimental como el European Poetry Festival en Londres, el International Interdisciplinary Literature Festival SARDAM en Chipre, la Bienal Europea de Poesía en Brasov, el Festival Voix Vives de Toledo o el Festival Internacional de Poesia de Barcelona, además de actuar en espacios como el Bowery Poetry Club en Nueva York o el BUoY en Tokio. Tras una estancia en Kioto, ha escrito el ensayo La isla desnuda (La Caja Books, 20024), un libro híbrido entre el diario, el poema y la prosa, en el que la escritura aborda la literatura, la mitología, la lengua y la historia de Japón.
Entrevista a la profesora
Considero que la identidad no nace y ni siquiera se hace, sino que se inventa y se construye, se crea. Por tanto, entiendo que el escritor ni nace ni se hace. Creo más bien que quien escribe realiza ese gesto a veces, como otras veces pasea, contempla, duerme o pinta, baila, deambula. Si una tarea se lleva a cabo con relativa frecuencia le ponemos la etiqueta de la identidad, alguien se identifica con esa acción y dice soy… Pero más que un bloque de esencia para mí la escritura es una forma de cuestionar esa creencia. La escritura, en cuanto tránsito, es un momento en el que la atención habita un cauce inusitado que permite comprender que quien escribe que no es nada, tan solo un elemento condicionado por todo aquello que le rodea y que convive con él. Quien escribe acaricia la oportunidad de entenderse en esa trama que habitualmente olvidamos.
Para mí ser profesora implica la posibilidad de toparme con mis propios prejuicios gracias a la mirada que me devuelven los alumnos. Enseñar y aprender, ese doble gesto recíproco, supone desaprender esos tics en compañía de otros, en atención y escucha de otros.
No sé si tengo una metodología específica. Trato de estar atenta, escuchar, percibir.
Pido, o más bien intento trasmitir, la pasión por la experimentación, el juego, el desafío, no repetir las fórmulas que ya se han probado, sino recorrer el camino incierto de lo que aún no se conoce, porque en el movimiento del riesgo y hacia lo ignoto es donde se puede aprender, sin importar el lugar al que se llegue.
Escucha. Que es lo mismo que decir acoger con ternura y compasión al otro, no desde el yo, sino desplazándose al lugar desde donde el otro enuncia.
Me enseñan que la literatura es la posibilidad de tocarse más allá y más acá de todas las diferencias.
Tener las orejas muy grandes.
No entiendo que haya mucha diferencia entre una cosa y la otra. Normalmente enseño sobre aquello que escribo y viceversa. Es la misma pasión.