Eduardo Ruiz Sosa

Eduardo Ruiz Sosa cursó estudios de Ingeniería, Historia de la ciencia, Filología española y Creación literaria. Es autor de los libros de cuentos La voluntad de marcharse (2008, Premio Nacional de Literatura Inés Arredondo) y Cuántos de los tuyos han muerto (Candaya, 2019), del libro de crónicas Primera silva de sombra (2018) y de las novelas Anatomía de la memoria (Candaya, 2014), por la cual obtuvo la I Beca de Creación Literaria Han Nefkens, y El libro de nuestras ausencias (Candaya, 2022), Premio Estado Crítico de Narrativa 2022.

Ha colaborado en revistas como Literal, Textos, Timonel, La palabra y el hombre, Cuadernos Hispanoamericanos y La maleta de Portbou. Actualmente es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte (México) y reside en Barcelona, donde coordina talleres y clubs de lectura y es Comisario del KM Amèrica, el Festival de Literatura Latinoamericana de Casa Amèrica Catalunya y Biblioteques de Barcelona.

El libro de nuestras ausencias

Novela
2022

Publicado por:
Candaya

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Cuántos de los tuyos han muerto

Relato
2019

Publicado por:
Candaya

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Primera silva de sombra

Crónica
2018

Publicado por:
Caballo de Troya

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Anatomía de la memoria

Novela
2014

Publicado por:
Candaya

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La voluntad de marcharse

Relato
2008

Publicado por:
Fondo Editorial Tierra Adentro

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Entrevista al profesor

Todas las disciplinas artísticas, que son también disciplinas del conocimiento, se pueden aprender y enseñar. Me parece que lo que está en debate cuando se habla de la enseñanza de la escritura en particular no es la técnica en sí, sino la originalidad, la creatividad, la capacidad de innovación, la inventiva, eso que habitualmente llamamos talento. Pero no hay proceso de enseñanza, ni en las artes ni en las ciencias, que pueda transmitir ese talento. Lo que se enseña, y se aprende, es, por tanto, la habilidad, la técnica, el oficio. El quehacer. Indudablemente se puede enseñar y se puede aprender. ¿Qué es lo que diferencia a unos artistas de otros, entonces? Lo mismo que diferencia a un físico de otro, a un deportista de otro, a un músico de otro, etc. El oficio de escribir se aprende. Luego, las particularidades de cada individuo, de su contexto, de su historia personal y colectiva son los elementos que hacen diferencias.

Yo crecí en un entorno dedicado a la enseñanza en general. Padres profesores, familiares, amigos. Mis hermanas son profesoras. Yo mismo he sido profesor de muchas áreas diferentes. Hay algo familiar y, por tanto, vocacional en la enseñanza, en mi caso. Además, el proceso de enseñanza y aprendizaje es un constante escrutinio de los propios saberes, de las propias prácticas. Creo que una de las formas en que he aprendido sobre la escritura ha sido, a partes iguales, cuando yo era asistente en algunos talleres de escritura y cuando he sido profesor, también. De ahí mi interés, estar a ambos lados de esa posibilidad de construcción de saberes.

Me interesan, sobre todo, dos cosas: la relación entre ficción y realidad en el proceso creativo, es decir, en qué manera ciertos elementos de la vida cotidiana, de nuestro entorno, comienzan a mezclarse con ciertos elementos imaginados, creados, y qué sentido tiene esto, qué efectos en el texto y en nosotros; por otra parte me interesa la estructura del libro, el modo en que la historia se organiza, primero, para ser contada y, después, para ser leída, es decir, una cosa es la estructura que uno hace para escribir el libro, y otra es la estructura para ofrecer el libro a quien lee. La dinámica entre esas dos formas de estructura me interesa mucho.

No son del todo ajenas ambas actividades: la enseñanza pone en escrutinio el propio saber, y conforme participo coordinando talleres de escritura o clubs de lectura, voy poniendo en marcha ideas que me interesa pensar en voz alta y que toman cuerpo en los procesos de escritura que en ese momento llevo a cabo.

Otra cosa muy distinta es compaginar el tiempo, pero cuando me dedico a la parte final de la escritura de un libro, dejo de dar talleres y trato de tener todo el tiempo posible a disposición, porque para mí es importante, en esa última etapa, una inmersión total en el libro: madrugar, comenzar a las 4 o 5 de la mañana y no parar hasta las 12 de la noche, con las pausas evidentes para comer y demás.

Es difícil elegir un solo autor, obviamente. Pero creo que mi principal referente es Fernando del Paso, autor de, José Trigo, Palinuro de México y Noticias del imperio.

Hay algo en las novelas de Fernando del Paso que oscila entre la comicidad y el horror, mediados por el absurdo, como si lo absurdo fuera el camino de ida y vuelta entre una y el otro. Ese espacio, como de frontera, me interesa, esos extremos, ese delirio. Pero la lista es muy larga, e incluye poetas como Juarroz, Gamoneda, Olga Orozco o Abigael Bohórquez; narradores como Rulfo, Joyce, Bolaño, Elena Garro, Djuna Barnes o Salvador Elizondo; dramaturgos como Óscar Liera, Valle Inclán o Juan Mayorga; ensayistas/filósofos como Jankelevitch, Derrida, Blanchot o Deleuze.

Ahora mismo, como siempre, estoy leyendo varios libros, algunos son relecturas, como Altazor, de Huidobro, y Los Heraldos negros, de Vallejo; otros tienen que ver con los clubs de lectura que coordino; pero el que estoy leyendo ahora mismo es Paisaje pintado con té, de Milorad Pavic.

Eduardo Ruiz Sosa
© Francesc Fernández
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