Licenciado en Bellas Artes. Ha escrito largometrajes como El espinazo del diablo (dirigida por Guillermo del Toro), La posesión de Emma Evans o No mires a los ojos (dirigida por Félix Viscarret, basada en una novela de Juan José Millás y nominada al Goya al mejor guion adaptado en 2022).
En televisión, ha sido guionista de, entre mucha otras, las series El comisario, La embajada, Los favoritos de Midas o la diaria 4 estrellas, colaborador de programas como La hora chanante y director del late night Noche sin tregua.
En su faceta de guionista de cómic ha escrito series para el mercado francés como Le manoir des murmures, Les Traqueurs o La terre des vampires, y, para España, novelas gráficas como Miedo, Sordo (adaptada al cine en 2019), 15, Monstruo o Territorio.
Como docente es profesor de guion de cine en el Máster de guion en cine y televisión de la Universidad Pontificia de Salamanca, la ECAM y el Máster de Guión de Cine y Televisión de ALMA y la Universidad Carlos III. Además, es un habitual de los cursos organizados por la entidad de gestión de derechos de autor DAMA y el sindicato de guionistas ALMA.
También es autor de Escribir con viñetas, pensar en bocadillos, el único manual dedicado exclusivamente a la escritura de guiones de cómic, editado por Es Pop en 2020.
Entrevista al profesor
En el caso de los guiones, y supongo que también en el de cualquier tipo de escritura, el guionista nace y se hace. Me resulta difícil imaginar que alguien pueda querer dedicarse a escribir sin tener vocación, sin llevar muy dentro el deseo de contar historias, pero también es cierto que tener un buen profesor puede ser muy útil. Incluso es posible que de no contar con ayuda, te desmoralices mientras pasas por esa inevitable primera fase en la que parece que nunca vas a ser capaz de escribir algo bueno y acabes por tirar la toalla. ¡Y no quiero decir que por tener un profesor no vayas a tener que escribir mucho tiempo mal antes de empezar a hacerlo bien! Pero con alguien orientándote, esa primera fase suele ser mucho más corta. Y además tendrás a alguien a tu lado que te explicará que meter la pata es normal y que forma parte de cualquier proceso de aprendizaje. A veces pienso que en realidad nos parecemos mucho a los entrenadores. ¡Entrenadores de la mente! Y respecto a si se puede enseñar a escribir, pues espero que sí. ¡Si no, me sentiría un fraude!
Dar clases me ha ayudado a ser mejor guionista y también a ser más feliz. La vida de guionista, a no ser que formes parte de un equipo que escribe una serie de televisión, puede ser muy solitaria y pelín deprimente. Y pasar unas horas hablando de algo que me apasiona con mis alumnos suele subirme el ánimo. Lo normal es que después de una clase vuelva a casa con ganas de escribir.
La primera vez que di una clase fue hace ya veintitantos años en un curso de ALMA, el sindicato de guionistas, “obligado” por dos compañeros, Nacho Faerna y Carlos Molinero. Ambos creían que podía hacerlo bien y que con un poco de esfuerzo podría sobreponerme a la timidez que por aquel entonces me impedía hablar en público. Y tenían razón. Mi primera clase la di con las manos en los bolsillos para que no se notara que me estaban temblando, y con las orejas MUY coloradas y la voz temblorosa. Pero aquel día descubrí que me gustaba ser profesor, y poco a poco me fui relajando hasta que llegó un momento en el que empecé a disfrutarlo. Como bien sabemos todos los tímidos, la única manera de acabar haciendo cosas que nos dan miedo es hacerlas una y otra vez hasta que nos habituamos a ellas. Ahora, cuando les cuento a mis alumnos lo tímido que era, les cuesta creerme.
Al poco de comenzar a dar clase me di cuenta de que aunque es necesario explicar los conceptos básicos que tiene que manejar cualquier guionista, en realidad no sirve de mucho si no se aplican de forma práctica, preferiblemente trabajando en una historia propia. La única manera de interiorizar esos conceptos es usarlos para solucionar los problemas de tu guion. Si no, se olvidan igual que olvidamos buena parte de todo lo que estudiamos a lo largo de nuestras vidas. Pero a base de práctica esos conceptos, esas herramientas, acaban formando parte de nosotros y pasamos a utilizarlas de forma casi instintiva, sin darnos cuenta de que lo estamos haciendo. Por eso, siempre intento que mis alumnos empiecen a escribir lo antes posible. Y, sobre todo, intento que pierdan el miedo a meter la pata y que asuman que equivocarse es inevitable. Solo haciéndolo muchas veces mal podrán llegar a hacerlo bien.
Me gusta que los alumnos estén relajados en clase, que se rían, que participen, que se sientan cómo nos sentimos los profesionales cuando formamos parte de un equipo de guion bien avenido dirigido por un coordinador o showrunner que entiende que la única manera de conseguir que fluya la creatividad es que nadie tenga miedo de hablar, o incluso de decir tonterías. Porque muchas veces de una idea que en principio parece descabellada es de dónde acaba surgiendo algo realmente interesante. Y la mejor manera de no ser nunca brillante suele ser intentar serlo siempre. Eso no quita para que también sea importante un clima de respeto. Los guionistas, y en realidad cualquier tipo de escritor, trabajamos con, entre otras cosas, nuestra propia experiencia, nuestras vivencias, nuestras emociones, y para poder compartir según qué cosas tienes que sentirte cómodo con tus compañeros. Ah, una cosa muy importante: lo que pasa en la clase, se queda en la clase.
Muchas cosas. Para empezar, siempre me interesa descubrir cuáles son sus referentes. Aunque en ese sentido estamos viviendo un momento un tanto desconcertante en el que cuando les pregunto por las obras que les han marcado, en cine, cómic o televisión, muchas veces son de los años 80 o 90, las mismas que podría citar alguien de mi generación. Pero imagino que es normal. Es algo cíclico. ¡Todo vuelve! Pero lo que más me gusta de mis alumnos es que trabajar con ellos me obliga a pensar en tipos de historias que yo nunca escribiría por mi cuenta. Y no solo a pensar en ellas, claro, sino a encontrar la manera de que funcionen mejor, de que se narren de forma más eficiente. Me obliga a conocerlas en profundidad.
Para mí lo más importante es no pretender que tus alumnos escriban el tipo de guiones que escribes tú. Se trata de ayudarles a escribir mejor la historia que ellos quieren contar. Y en realidad, como he dicho antes, eso es lo más divertido. Me encanta hacer turismo por mundos narrativos en los que yo nunca me quedaría a vivir. Pero para eso hay que dejar los prejuicios a un lado y aceptar que incluso aquellas historias que nunca te interesarían como lector o espectador pueden tener interés. También es importante relacionarse con los alumnos desde la empatía y no olvidar que no hace tanto tiempo tú estabas igual de verde que ellos.
Los tres medios comparten muchas cosas pero también son muy distintos entre sí. La diferencia más importante es que en el cómic escribimos en el espacio, que es mucho menos flexible que el tiempo. Si tienes 120 páginas para escribir una novela gráfica, el editor no te va a dar ni una más por mucho que protestes, mientras que en el cine o la televisión diez minutos arriba o abajo no suelen importar. Eso quiere decir que la escritura de guiones de cómic requiere ser muy disciplinado sino quieres que la historia acabe estando descompensada o encontrar con que te has quedado sin las páginas que necesitas para contar bien las cosas al acercarte al tramo final. Como decía Hergé, el creador de Tintin, es un trabajo casi de orfebre. Un error al escaletar lo puede descabalar todo y obligarte a volver a empezar. Por el lado bueno, es un medio que a los guionistas nos permite un control mucho mayor sobre lo que estamos creando. No solo porque lo normal es que haya mucha menos gente opinando sobre lo que escribes, sino porque en cierta manera ejerces de codirector de tu cómic. Al contrario que un guionista de cine o televisión, que se limita a describir las acciones y escribir los diálogos, el guionista de cómic puede sugerir los planos que debe utilizar el dibujante, consiguiendo que el resultado sea mucho más fiel a lo que tenía en la cabeza de lo que jamás lo va a ser en una película o una serie.
Yo tengo vocación de profesor, lo considero mi otra carrera, no algo que hago cuando no tengo suficiente trabajo como guionista, así que aunque esté hasta arriba de encargos de guion siempre he procurado no dejar las clases. Y claro, a veces no me ha resultado fácil compaginar una cosa con la otra. Pero en general soy una persona muy poco estratégica. No tengo un plan. Voy improvisando, aunque eso signifique pasar algún fin de semana pegado al teclado o dormir un poco menos leyendo los trabajos de mis alumnos.
No tengo un guionista de cómic favorito, aunque puede que si lo tuviera fuera Carlos Giménez. Suyos son algunos de los cómics que más he leído en mi vida, como su serie autobiográfica Paracuellos, o su adaptación de Jack London Koolau el leproso. Es un gran narrador y un maravilloso dialoguista, que además se ha atrevido con todo tipo de géneros: drama, comedia, ciencia ficción… De todo ha escrito y todo lo ha escrito bien. Esa versatilidad es algo que siempre he querido imitar. Pero vaya, que ha habido muchos otros guionistas de cómic, que en algún caso también son dibujantes, muy importantes para mí: Alan Moore, Grant Morrison, Possy Simmonds, Frank Miller… De entre autores algo más jóvenes me gustan mucho por ejemplo los cómics de Zerocalcare o Riad Sattouf. En cuanto a lecturas recientes, en cómic acabo de leerme uno estupendo: El hermano, de Jean Louis Tripp, y de libros estoy muy enganchando a la serie de Jon Bilbao en la que mezcla western con autoficción y que empieza con Basilisco. Llevaba mucho tiempo sin disfrutar tanto con unas novelas.