Ana Fabregat estudió informática, aunque siempre ha estado relacionada con el mundo de las letras. Ha sido alumna del Taller de Escritura de Enrique Páez y, posteriormente, de la Escuela de Escritores, especializándose en las áreas de Relato y Literatura Infantil y Juvenil. Colaboró con la editorial Bruño en la colección de cuentos Altamar.
Ha publicado el cuento «Las gafas de Laurita» en la Antología de relatos La Cosquilla Molesta; finalista en el concurso nacional Cartas de Amor con «Vértigo» y finalista también en el III Certamen de Relatos Cortos El Tren y el Viaje organizado por Renfe, además de ganar el segundo premio del concurso de relatos Todos somos diferentes del ayuntamiento de Huesca, con el cuento «Miedos».
Ganadora del primer premio de relato corto de La Casa Amiga en Cicera (Cantabria) con el cuento «Soledad en la luna llena» y finalista en el concurso de cartas de amor del ayuntamiento de Calafell.
También ha publicado cuentos en las antología de relatos Leí el diario de un extraño, Tusitala, Baraka y en los libro de relatos ¡Basta de comedia!, El efecto Hawthorne y Es raro olvidarlo todo.
Es raro olvidarlo todo
Relato
MolloyEdiciones
2013
Basta de comedia
Relato
MolloyEdiciones
2011
Por qué Lisa buscaba a la Durás
Relato
MolloyEdiciones
2009
Entrevista a la profesora
Como en todas las artes, creo que, partiendo de la inquietud y las ganas de compartir nuestra manera particular de ver el mundo, es muy importante el aprendizaje. Después de la formación, uno puede decidirse por una apuesta estética determinada, siempre que conozcamos el manejo de las herramientas de trabajo con las que apoyar y desarrollar la creatividad
En mi caso, la enseñanza es casi un sueño. Significa compartir y es también una manera de aprender. El haberme sentado en el pupitre antes de salir a la pizarra me hace vivirlo de una manera muy cercana. Empecé como alumna por casualidad y de profesora por empeño.
Me gusta mucho observar. Y jugar. Creo que es muy importante que cada alumno se sienta libre y cómodo a la hora de expresarse, así que intento crear un clima de confianza para fomentar la creatividad. Y sí, me siento libre a la hora de aplicar mi criterio porque lo he ido desarrollando como compañera antes de como profesora.
A mis alumnos les pido confianza y paciencia. Que crean en ellos, pero que no tengan prisa por alcanzar un objetivo. Mi nivel de exigencia está relacionado directamente con el que tengan con ellos mismos.
El mismo que he vivido como alumna: de camaradería, de amistad y sobre todo, de respeto. Por lo que uno hace y por lo que hacen los demás. Creo que es importante vivir la creación sin presiones, como un juego.
Claro. Es una simbiosis. El profesor muestra las herramientas y el modo de utilizarlas. Los alumnos aportan siempre una visión particular del uso de esas herramientas y le dan frescura.
Creo que, de alguna manera, las cualidades tienen que ver con los sentidos (y sigo mezclando lo lúdico con la lógica). Hay que saber escuchar, saborear, tocar (acercarse), oler y ver un texto. Y hay que enseñar a los alumnos a que busquen esos sentidos en lo que escriben y lo que leen.
Me interesa mucho la escritura aplicada y mezclada con otras artes. Me gusta experimentar y busco la relación de la fotografía, por ejemplo, con la creación literaria para encontrar puntos en común con los que complementarse.
Hace tiempo que llegué a la conclusión de que, cuantas más cosas haces, más te da tiempo a hacer (hasta un límite, claro). No escribir por falta de tiempo es, en la mayoría de los casos, una excusa para no hacerlo. A mí me sirve un trayecto de autobús hasta el trabajo, una sala de espera y hasta un andén para anotar una idea, empezar una escena o imaginar un relato.
Tengo muchos escritores favoritos. Y memoria de pez para recordarlos. Cualquiera que me haga sentir, que me revuelva o que me arranque una sonrisa o una lágrima. Me gustan mucho Luis García Montero, José Luis Sampedro, Cortázar, Delibes, William Goldman… Estoy releyendo Nosotros H, de Ignacio Ferrando.