Como cualquier arte, escribir requiere, no solo talento e inspiración, sino oficio y técnica. Desde luego que pienso que se puede aprender —y enseñar— a escribir.

Mi labor como profesor está directamente relacionada con mi trabajo como editor y escritor. Una cosa ha surgido de la otra: lo que hago es compartir mi experiencia de muchos años en el mundo editorial con los alumnos.

Centrándome en la edición, diría que me gustan las clases participativas y flexibles. Trato de adaptarme sobre la marcha a las áreas que más interesan a los alumnos.

Mi nivel de exigencia está en línea con lo que se exijan los alumnos a sí mismos. Supongo que no les pido más que cierto interés y curiosidad en la edición.

Veo a los alumnos como lectores. Y un editor siempre aprende mucho de hablar con lectores, sobre todo a tumbar prejuicios y a relativizar expectativas.

Me parece que un buen profesor de escritura no tiene ideas preconcebidas al enseñar sobre lo que debe ser la literatura. Se adapta a cada alumno y trata de que este mejore dentro de su estilo propio, ambiciones, objetivos y aptitudes.

Me gusta charlar con los alumnos sobre el mundo editorial más allá de la escritura y la edición: librerías, prensa cultural, márketing editorial y todo lo que rodea a la publicación y lanzamiento de un libro.

Fácilmente, ya que mi labor como profesor no me quita demasiado tiempo. Mi trabajo como editor… ah, esa es otra historia.

Imposible nombrar un solo escritor, pero me han influenciado autoras de relato como Flannery O’Connor, Alice Munro, Lucia Berlin, Lorrie Moore o Katherine Mansfield. Estoy leyendo Un amor ordinario, de Jane Smiley.