Relatos en Cadena | Resolución

XVI Edición del Concurso: ganadores y finalistas

En esta página se irán publicando los resultados semanales de la XVI Edición de Relatos en Cadena. Cada lunes, en el tramo de 18.00 a 19.00 en el programa La ventana de la Cadena SER, se votarán en directo los ganadores y finalistas de todos los microcuentos recibidos durante la semana.

Ganadores y finalistas de marzo

Ganador: Nuevo mercado, de César López Cuadra

Voy a quitar del catálogo lo de leer la mente de las personas. No he vendido ni uno durante el último año. Hoy el cliente prefiere cosas como desaparecer, la teletransportación, convertirse en gato. Leer la mente ya no interesa. Cerebros huecos donde hay poco que rascar. Oye que lo entiendo, gastarte una pasta para descubrir que tu pareja, efectivamente, está al límite, o que tu jefe baraja despedirte a final de año. Nadie paga por malas noticias. Pero un gato. Ser un gato. El cliente se va encantado. Siempre vuelve moviendo la colita agradecido. Alguno me ha traído un ratón de campo. Rozamos suavemente los hocicos, ronroneamos y lamemos nuestros pelajes cariñosamente.

Finalista: Desalmados, de Gustavo Jiménez

Voy a quitar del catálogo lo de leer la mente de las personas. Da problemas. Recuerdo cuando abrí la tienda: «Superpoderes Lucifer». Menudo descojono en el barrio. Hasta que vieron a Anselmo el Tirillas levantando camiones. O a Susana la Ballena rodeando el polideportivo en 5 segundos. Ya no se reían. Todos venían en masa a mi tienda a por su superpoder. El precio; barato. Su alma. Ninguno la usaba mucho, la verdad. El barrio se llenó de superhéroes. Gente volando, moviendo contenedores, friendo huevos con rayos X. Pero lo de leer la mente ha sido un error. Me miran fijamente y gritan despavoridos al descubrir lo brutalmente caro que les ha salido.

Finalista: Conclusión, de M. Nieves Ruiz

Voy a quitar del catálogo lo de leer la mente de las personas. Intenté averiguar si mi novia me había engañado con su vecino mirándola fijamente a los ojos y solo conseguí que me preguntara si tenía gases. También la superfuerza. Al levantar el coche solo obtuve un tirón de espalda. Definitivamente la telequinesis también queda eliminada de la lista. Miré el vaso de agua durante dos horas y solo se movió cuando le di un manotazo por la impaciencia. He probado la velocidad, la elasticidad y me he partido la nariz intentando atravesar una puerta. Al final va a resultar que la araña que me picó era una normal.

Ganador: Desiderata, de Ana Aliana

Ya tardan en volver para desenterrarme y me veo aquí otro siglo. ¡Con lo simpática que parecía esta parejita! Se pusieron de acuerdo enseguida con los deseos. Los dos primeros, fáciles: dinero para vivir el resto de su vida y morir de viejos. El tercero les costó más: que si yo quiero ser invisible, que si yo teletransportarme… Lograron ponerse de acuerdo y se lo concedí. Pronto comenzaron a pelearse con todos sus amigos, se tiraron de los pelos entre ellos, y a mí me patearon y me sepultaron en el jardín. Voy a quitar del catálogo lo de leer la mente de las personas.

Finalista: El olvido, de César Román Mora

Ya tardan en volver para desenterrarme. Oí sus gritos. Adela, Adelita. ¿Nos oyes? y yo ahí quieta, sin moverme ni un poquitín. La abu y yo éramos las únicas que sabíamos el secreto del agujero. Me dejó en él tras un beso en la mejilla. «No hagas ruido mi amor y no te descubrirán, cuando acabe el juego vendré a buscarte». Ella me prometió que nadie me encontraría, que ganaría en ese escondite. Quería hacerla feliz, como decía mamá. «Hay que alegrar a la abuela que está un poco deprimida con sus pérdidas de memoria».

Finalista: Un nuevo comienzo, de Viviana Agustina

Ya tardan en volver para desenterrarme. Yo estoy vivo. Fingimos mi muerte ahogados por las deudas y a punto de perder la casa. Cobraremos el seguro y empezaremos de nuevo lejos de aquí. Fue idea de Héctor, el mejor amigo de mi mujer, es muy inteligente y siempre ha mirado por nosotros. Cuando volvía de trabajar siempre estaba en casa para protegerla, vivimos en un barrio muy peligroso. Mi mujer ya tiene los billetes para Brasil, Héctor la llevará al aeropuerto y me esperarán allí. La quiero con locura, no sé qué hubiese sido de mi vida sin ella.

Ganador: Pleamar, de Elvira Rodríguez Escudeiro

El montoncito de arena que se está formando a mis pies, mis sobrinos afanándose en cubrirme totalmente, sus risas, la caricia del sol poniéndose, la música de las olas al romper ¡Qué gozada! Tras tantos disgustos por el testamento de Jorge, me alegré muchísimo cuando mi cuñada llamó. Le costó, lo sé. Por eso la perdoné enseguida y les invité a la casa de verano. Ojalá Jorge pudiera vernos juntas, cómplices, rodeadas de sus hijos. Mira que, a su edad, querer jugar a hundirme en la arena, que casi no puedo ni respirar. Hoy, con la pleamar, la puesta de sol va a ser espectacular. Ya tardan en volver para desenterrarme.

Finalista: Loco por sus huesos, de Lucía Ortiz Zabaleta

El montoncito de arena que se está formando a mis pies ha empezado a ponerme nervioso. La mujer me tiene maravillado pero detesto a su chucho, desde que ha llegado no ha parado de escarbar ni un sólo segundo y el agujero cada vez es más profundo.

Me esfuerzo por aparentar serenidad pero noto como el sudor perla mi frente. La mujer me sonríe, inocente, convencida de que ella misma es la causa de mi desasosiego y en parte tiene razón, si su perro sigue levantando arena y descubre lo que hay enterrado aquí tendré que hacer lo propio con ella, y eso sería una pena porque es absolutamente encantadora.

Finalista: Dobleces, de Álvaro García Pariente

El montoncito de arena que se está formando a mis pies está helado. A él le gusta bañarse en el mar en invierno, en playas desiertas. Está cariñoso, feliz y lo percibo. Por eso le ilusionó un fin de semana en un hotelito en la costa, para nosotros, sin niños. Le veo zambullirse desnudo en el agua. No duda, se sumerge para evitar las olas y desaparece durante unos instantes. A mi lado su ropa, desordenada, como todo en él. Doblo con esmero su camiseta y descubro un mensaje en su teléfono: “Un día y ya te echo de menos”. Cuando salga del agua yo ya no estaré, ni su ropa.

Ganadora del mes de febrero: Marta Mayol Font

Reconcomido, de Marta Mayol Font

«Me está encantando clavarle agujas a este muñeco, Nacho», rezaba el mensaje de remitente desconocido. No me llamo Nacho y lo sensato hubiera sido reconocerlo, pero me picó la curiosidad por eso del vudú. Llegó otro wasap: «¿Está contigo el idiota de Arturo?». «Sí», mentí. «Pues sigo, dime si funciona», escribió. Contesté que Arturo se retorcía de dolor. «¿Qué hago?», preguntó. Respondí con un corazón. Añadí: «remátalo». Llegué a ver un pulgar hacia arriba antes de abandonar el chat y bloquearlo, mis pulsaciones sobrepasando los límites humanos. Desde entonces, escribo cada día a decenas de números desconocidos preguntando: «Arturo, ¿estás bien?». Descansaré cuando me conteste que sí.

Ganadores y finalistas de febrero

Ganador: Por tiempo limitado, de Asier Susaeta Díez

Le daré tiempo para que reflexione. Paseo entre los relojes mientras el anciano rumia mi generosa oferta por el local —que planeo convertir en un Starbucks— cuando un cuco se lanza hacia mí. Qué raro, si son menos veinte. Miro mi móvil y cientos de tictacs mecánicos parecen enfurecer mientras afuera la noche cae de repente. Se hace tarde. Decido volverme hacia el anciano y le pregunto “¿y bien?”. “No creerá que usted es el primero en intentarlo, ¿verdad?”, responde mientras sonríe. Procuro no descomponerme cuando descubro el montoncito de arena que se está formando a mis pies.

Finalista: Bella durmiente, de Luis Arévalo Fernández

Le daré tiempo para que recapacite en la mazmorra. Mentí, no soy ninguna princesa maldita, pero aún podemos ser felices. Él también debe atesorar el recuerdo de estos maravillosos días juntos: paseos bajo la luna, cocinar la sangre con tomate de madre… Cuando este príncipe me despertó, con ese beso tan dulce, supe que nuestro amor duraría eternamente. La próxima vez no bajaré la guardia. Ese indeseable cazador no debía presentarse. No le bastó con intentar clavarme una estaca en el corazón; tuvo que contarle que el castillo de la bella durmiente era el que se alzaba en la otra ladera del valle.

Finalista: Tiempo al tiempo, de Gustavo Jiménez Martín

Le daré tiempo. La esperaré. Respetaré su duelo. Seré atento. Velaré sus noches en silencio. La miraré comprensivo cuando me hable de la falta de química y esas chorradas. La invitaré a cenar, aunque no venga. Le regalaré caracolas, aunque me las arroje a la cara. Le haré poemas que no riman. Le contaré historias falsas sobre mi pasado o sobre el suyo. Le cantaré con mi voz rasgada por la cazalla. Pero alguna vez se dará cuenta de que somos las dos únicas malditas personas en este islote de cinco por cinco, donde pasaremos muchos muchos años.

Ganadora: Futuro perfecto, de María José Payá Valdés

Descansaré cuando me conteste que sí, que me perdona, que entiende que lo hice por nosotros. Yo nunca quise hacerla sufrir, pero le está costando aceptar el futuro.
Ana no entendía mis investigaciones, mi pasión por el transhumanismo, por dejar atrás este cuerpo mortal y trascender en una máquina o en otro cuerpo más perfecto. Le parecían bobadas. Pero yo sabía que el transhumanismo es el futuro y, cuando estuve preparado, lo hice. Por ella.
Ana me mira desde la piscina con su precioso ojo de cefalópodo, pero todavía no se deja acariciar. Le daré tiempo.

Finalista: Un contratiempo más, de Rosalía Guerrero Jordán

Descansaré cuando me conteste que sí, porque en el fondo sé que estamos hechos el uno para el otro. Lo nuestro es un amor de película romántica, de esas que acaban con una boda en la playa después de infinitos obstáculos.

Lo nuestro es un amor perfecto, inevitable, eterno. Esto es tan solo un contratiempo más. Por eso continúo insistiendo, aunque ella se asuste cada vez que voy a verla y haya dejado de traerme flores.

Finalista: Días para el recuerdo, de Jesús García García

Descansaré cuando me conteste que sí. Me presento y le propongo acompañarla al comedor. Acepta desconfiada. Allí, le sirvo el desayuno, manzanilla sin azúcar y tostada con mermelada de albaricoque. Sonríe sorprendida. Después vamos a la sala común, ella camina de mi brazo. Sentados en el sofá del fondo me cuenta cómo se encuentra, me habla de su familia, leo para ella y, si el tiempo nos deja, paseamos por el jardín. Un día inolvidable. A la mañana siguiente, después de asearme, paso a buscarla por su habitación. Llamo a la puerta, me abre radiante y, como cada día, le pregunto si se acuerda de mí.

Ganador: Reconcomido, de Marta Mayol Font

«Me está encantando clavarle agujas a este muñeco, Nacho», rezaba el mensaje de remitente desconocido. No me llamo Nacho y lo sensato hubiera sido reconocerlo, pero me picó la curiosidad por eso del vudú. Llegó otro wasap: «¿Está contigo el idiota de Arturo?». «Sí», mentí. «Pues sigo, dime si funciona», escribió. Contesté que Arturo se retorcía de dolor. «¿Qué hago?», preguntó. Respondí con un corazón. Añadí: «remátalo». Llegué a ver un pulgar hacia arriba antes de abandonar el chat y bloquearlo, mis pulsaciones sobrepasando los límites humanos. Desde entonces, escribo cada día a decenas de números desconocidos preguntando: «Arturo, ¿estás bien?». Descansaré cuando me conteste que sí.

Finalista: El legado, de Maite Sanz Gallego

Me está encantando clavarle agujas a este muñeco que he encontrado en el costurero de mi abuela y que estaba escondido entre la leña del cobertizo. Mi madre la recuerda mucho, dice que me parezco a ella, también dice que desde que se murió, todos hemos ganado en salud. Me lo llevo al colegio sin que se enteren y juego con mis amigas en el patio. Hoy ha venido otro profesor nuevo, ya van cuatro en lo que va de curso.

Finalista: Incentivo laboral, de Javier Revilla Cuesta

Me está encantando clavarle agujas a este muñeco con una foto de mi jefe pegada en la cara. Cuando me congeló el sueldo, le clavé la primera en la pierna. Ese sábado se partió el fémur, esquiando. Cuando me negó un ascenso, le clavé otra en un brazo. Por la noche se dislocó la muñeca, jugando al pádel. El día que quitó la jornada intensiva, lo hice en un ojo. La mañana siguiente apareció con un parche. ¡Es divertidísimo! Tanto que, hoy en día, voy a trabajar con la firme voluntad de cagarla. Lo que sea, para que mi jefe me degrade. Y yo me eche unas risas.

Ganador del mes de enero: David Garduño Navarro

Secretos de cuna, de David Garduño Navarro

Darse una vuelta con él en brazos saca a mi suegra de su letargo. Por supuesto, ignora que está acunando a su nieto, su memoria está instalada en un tiempo indeterminado de su pasado y para ella el bebé siempre es uno de sus hijos. Mientras paseamos no para de susurrarle confidencias al oído como seguramente ya hizo décadas atrás. Así he descubierto que se casó simplemente para poder salir de casa de sus padres, que hubiera preferido tener al menos una niña y que la razón por la que mi marido tiene un nulo parecido con su padre es un tal José Luis.

Ganadores y finalistas de enero

Ganador: Nuevo hobby, de Alba Platero Latorre

Estamos en paz, qué bonita expresión. Noto la armonía, la tranquilidad, el sosiego, el relax. Suspiro. Profundamente. Dejo que todo el aire almacenado en mis pulmones fluya, escape libremente. Me siento como si acabara de terminar una de mis clases de yoga. Y ahora inspiro y sonrío. Qué felicidad. No sé por qué no lo había probado antes. Me está encantando clavarle agujas a este muñeco.   

Finalista: Siniestro, de Ana Aliana

«Estamos en paz», me dijo al darme los cambios. Ella no fuma. Me lo confesó una vez que no había nadie en el estanco. Yo compro un paquete diario. Podría comprar un cartón. Podría incluso pagarle con tarjeta. Hasta podría llevar el dinero exacto y dejárselo en el mostrador. Pero entonces, su mano no me acariciaría con suavidad cuando me devuelve las monedas. No son imaginaciones mías: me sonríe al hacerlo. De vuelta a casa, paso todo el día fantaseando con el momento en que pueda invitarla a subir. Antes, tengo que haber encontrado algún escondite donde guardar tantas cajetillas. También lo demás.

Finalista: Compañeros, de Noelia Poblete García

Estamos en paz, le dije.
Volvió sobre sus pasos aflojando la correa de su casco. Encontró mi mirada tranquila y sonrió aliviado. Entonces me tendió la mano. Se la estreché fuerte, muy fuerte, y aflojé la presión del pie que mantenía sobre la mina.

Ganador: Otro encargo, de Nieves Ruiz Sánchez

Su padre es un tal José Luis. No sé por qué eso es importante. Está escrito en aquel trozo de papel arrugado junto a su dirección y la de su oficina. También pone que es capricornio y que juega al quidditch, junto  a otros frikis, en el parque, los domingos de lluvia, aunque eso no dice mucho a su favor.  Son solo cinco datos inconexos, tres de los cuales me sobran. Me hubiera gustado saber el porqué pero nunca lo dicen. Yo no sé por qué va a morir y él no sabe que voy a matarlo.
Estamos en paz.

Finalista: Pobrecito papá, de Sergio Reyes Puerta

Su padre es un tal José Luis, pero la niña no lo sabe. Siempre ha abrazado y besado, como si de papá se tratara, al cariñoso y atento hombre con el que conviven. La madre, entretanto, los observa jugar con el cubo y la pala de playa en el jardín trasero y, de vez en cuando, se acuerda del mencionado José Luis. Entonces los reprende, sonriente pero firme, obligándolos a parar, sobre todo, cuando se  ponen a escarbar ahí, en el punto exacto donde enterró al pobrecito…

Finalista: Adolescencia, de Ilda Luaces

Su padre es un tal José Luis, y viven en el piso de enfrente, pero casi nunca me lo cruzo. ¿Y te puedes creer que mi Estebancito anda de novios con su hija? O “liados”, o lo que sea que hacen los críos de ahora… Que la niña es mona, no digo que no, pero a mí me da como mala espina. El otro día lo vino a buscar, me sonrió, ¡y se me heló la sangre! Esos ojos brillantes, los dientes… ¡es que juraría que ella y mi nieto se los afilan! ¿Estará de moda?, en fin, qué sé yo, serán cosas de la adolescencia.

Ganador: Secretos de cuna, de David Garduño Navarro

Darse una vuelta con él en brazos saca a mi suegra de su letargo. Por supuesto, ignora que está acunando a su nieto, su memoria está instalada en un tiempo indeterminado de su pasado y para ella el bebé siempre es uno de sus hijos. Mientras paseamos no para de susurrarle confidencias al oído como seguramente ya hizo décadas atrás. Así he descubierto que se casó simplemente para poder salir de casa de sus padres, que hubiera preferido tener al menos una niña y que la razón por la que mi marido tiene un nulo parecido con su padre es un tal José Luis.

Finalista: Momentos moscosos, de Rafa Olivares

Darse una vuelta con él, el oficial más antiguo, a media mañana, era lo más placentero del día. Acoplábamos a nuestras espaldas unas alas de plástico, nos encaramábamos al alféizar de la ventana del ministerio y salíamos revoloteando hasta un castaño. Al rato, acuciados por jardineros ociosos, aleteábamos hasta un parque donde ingeríamos semillas, gusanos e insectos y sorbíamos agua del estanque. Más tarde, alzábamos de nuevo el vuelo ahuyentados por niños juguetones. Pasábamos la mañana entre farolas, cornisas, catenarias y azoteas. A eso de las tres menos cuarto regresábamos a la oficina. Justo a tiempo de recoger la mesa y fichar a la salida.

Finalista: Running, de Juan Carlos Peña Martínez

Darse una vuelta con él antes de dormir se había convertido en un amargo sustituto del sexo. Corría a su lado intentando buscar las emociones perdidas en los ratos de cama: aceleraba y aminoraba el ritmo, resoplaba, jadeaba y hasta gemía en el sprint final. Todo resultaba una suerte de frustrado acto sexual, una penosa liberación de sudor agrio, sin clímax final. Después se duchaban por separado, la carne siempre oculta a ojos del otro, y dejaban que el silencio apagase cualquier resquicio de calor bajo las sábanas. Antes de dormir siempre pensaba que el recorrido del día siguiente sería mucho más excitante.

Ganadora: De tal palo, tal astilla, de Ana María Abad García

He hecho trampa con las pastillas de freno y su coche se ha precipitado al vacío en una de las curvas del acantilado. La policía ha venido a comunicármelo esta tarde y yo me he mostrado apropiadamente afligida y llorosa, mientras mentalmente daba saltos de alegría entre los muchos ceros de mi herencia. Sólo me queda por resolver un problemilla: antes de la lectura del testamento tengo que conseguir que el hijo de su primer matrimonio se enamore del otro deportivo que queda en el garaje y me pida darse una vuelta con él.

Finalista: Noche de paz, noche de amor, de Francisco Javier Ramos Fernández

He hecho trampa con las pastillas. Al abuelo le he dado el Prozac de la tía Angustias y lleva dos horas cantando villancicos sin parar. A su vez, a la tía le funcionan los antihistamínicos de Gabrielito y se arrima sin disimulo al Padre Pascual, que, sudoroso, no se mueve un milímetro de la silla para no visibilizar los efectos de la pastillita azul que he disuelto en su copa. Ese mismo resultado lo echará de menos mi cuñado esta noche, aunque ahora no pare de besarnos por las pastillas del corazón de mamá. Y así, viendo esta mesa, al menos hoy, no necesitaré mis ansiolíticos.

Finalista: El intercambio, de Asier Cuadrado Alonso

He hecho trampa con las pastillas. Mamá dice que las necesito para estar tranquilo, pero mamá dice muchas cosas. Según ella, papá nos abandonó porque dejé de tomarlas y dejé de estar bien. A mí no me gusta estar bien. Para mamá estar bien es estar sentado en el rincón de pensar, mirando por la ventana, sin ganas de vivir. Me aburre estar bien. Desde anteayer, mamá está tomando mis pastillas sin saberlo. Ahora ella está bien, creo que le he hecho un favor. Esta mañana han vuelto las voces, dicen que mamá tiene que estar con papá, que la entierre junto a él.

Ganador del mes de diciembre: Juan Antonio Guerra Ruiz

Una tarde parda y fría…, de Juan Antonio Guerra Ruiz

Jugando tras los cristales estamos a gusto. Los cristales son un tambor para la lluvia. Mi padre deja la lectura y recita un poema. Mi hermana acierta el autor y yo replico que esta lluvia no es monótona pues hace rato vimos centellas multicolores y me estremecí con un trueno. Me miran. Ven que estoy calmado. Sonríen.  Los cristales empañados impiden ver fuera. Dejo el juego y escribo AIOH con mi mano y miro a través de O.  Ahí está el monstruo saludándome, el de siempre. No digo nada, para qué, no me creerían o pensarían que he hecho trampa con las pastillas.

Ganadores y finalistas de diciembre

Ganador: Una tarde parda y fría…, de Juan Antonio Guerra Ruiz

Jugando tras los cristales estamos a gusto. Los cristales son un tambor para la lluvia. Mi padre deja la lectura y recita un poema. Mi hermana acierta el autor y yo replico que esta lluvia no es monótona pues hace rato vimos centellas multicolores y me estremecí con un trueno. Me miran. Ven que estoy calmado. Sonríen.  Los cristales empañados impiden ver fuera. Dejo el juego y escribo AIOH con mi mano y miro a través de O.  Ahí está el monstruo saludándome, el de siempre. No digo nada, para qué, no me creerían o pensarían que he hecho trampa con las pastillas.

Finalista: Hermano plasta, de Rafa Olivares

Jugando tras los cristales del horno, le sonrío mientras voy subiendo la temperatura.

Finalista: Inocencia, de Jesús García García

Jugando tras los cristales del coche el tiempo pasa volando. Es nuestro pequeño reino sobre ruedas, libres, como le gusta decir a mamá, que sabe que me encanta y creo que por eso hacemos tantos viajes. Cada poco tiempo llegamos a una nueva ciudad, mamá cambia de peinado y yo aprendo con ella, sin necesidad de ir al colegio. Hoy hemos salido pronto, todavía era de noche y, aunque nunca dice dónde vamos, ayer la escuché reservar en un hostal. Sé que papá está muy ocupado, pero últimamente la veo nerviosa y creo que se llevará una gran sorpresa cuando se lo encuentre esperándonos.

Ganador: Hábitat natural, de Ángeles Fumega

Solo debo comprar una urna nueva más grande con cierre interno. Dicen que ahora se encuentra de todo por internet. La rellenaré con mis cojines y juguetes para que sea lo más cómoda posible pues pienso pasar mucho tiempo dentro y no quiero que mis padres se preocupen. La pondré en el suelo, donde está la del hámster. Y así, cuando llegue del colegio, podremos pasar tiempo juntos sin que me castiguen porque se ensucie la casa. Estaremos allí los dos, tan a gusto como él suele estar, jugando tras los cristales.

Finalista: Conjuro, de Manuel González Seoane

Solo debo comprar una urna nueva y después esperar una noche de luna. Entonces añadiré en las proporciones exactas la manzana, la miel, el laurel, la salvia y las nueces peladas. Y no debo olvidar escribir en el papel, con mi propia sangre, el nombre exacto del puesto al que estoy opositando. He conseguido que mi madre me adelante algo de dinero para los gastos, pero también me ha dicho que me deje de tonterías, que estudie y que me prepare bien. Qué va a decir la pobre, si nunca le he contado cómo conseguí acabar Derecho.

Finalista: Cena en familia, de Jesús García

Solo debo comprar una urna nueva y convencerle de que está preparado. Lleva doce nochebuenas machacándonos con la dichosa magia y creo que es suficiente. Primero fueron las cartas, luego las monedas y los pañuelos que salen de su manga, y el año pasado la chistera y las palomas volando por el salón. Él necesita nuevos retos y yo sobremesas tranquilas. Cuando le comento lo que he pensado parece asustado e ilusionado a partes iguales, aunque no me resulta difícil hacer desaparecer sus miedos. Después de todo, le digo, ¿para qué están los cuñados?

Ganador: Cortina de humo, de Alberto Bienzobas

Entre el tanatorio y la oficina de objetos perdidos no he sabido elegir dónde preguntar. Por tanto, he decidido buscar otra solución. Mi móvil no deja de sonar recordándome que el tiempo se acaba. No me considero un mal tipo, pero mi mala cabeza lleva metiéndome en problemas como este toda la vida. Enciendo el enésimo cigarro de la mañana. Aunque fumar me relaja, hoy, con cada calada, me estoy poniendo más nervioso. Esto no es buena idea, pero no veo otra salida. En fin, creo que así será suficiente. Las cenizas ya las tengo. Ahora solo debo comprar una urna nueva.

Finalista: Destino implacable, de Esteban Camp 

Entre el tanatorio y la oficina de objetos perdidos, deambulamos las almas que nos resistimos a abandonar este mundo. Espíritus rebeldes a la caza de un nuevo cuerpo que nos brinde una segunda oportunidad. Mi primera experiencia fue intensa, pero corta. Era un loco de los deportes de riesgo y de los subidones de adrenalina, hasta que el paracaídas falló. Por eso, quise ser conservador. Cuando lo vi sentado en el parque, con un ligero sobrepeso y devorando un libro, fui a por él. Los primeros días fueron tranquilos. Un espejismo. Al poco estábamos escalando, haciendo barranquismo o saltando al vacío. Hasta que el paracaídas falló.

Finalista: Por el pasillo, de María José Talavera

Entre el tanatorio y la oficina de objetos perdidos, hay un largo pasillo, tras franquear la entrada principal a este centro de negocios. Laura lo recorre todas las mañanas y Pedro, todas las tardes, en dirección opuesta. A veces, Laura pierde una horquilla, que Pedro recoge y guarda con devoción. Y otras es Pedro quien extravía un gemelo, a sabiendas de que Laura no lo dará por perdido. Pero, en plena tanatopraxia, Laura reconoce una de sus horquillas sujeta al cabello de una difunta. Al acabar, se marcha desconcertada, sin reparar en la esperanzada mirada de Pedro, por fin viudo.

Ganador del mes de noviembre: Alejandro Vaghetti

Últimos esfuerzos, de Alejandro Vaghetti

Menuda decepción, la separación de sus padres era inminente. Sabía que se terminarían las guerras de almohadas, las sesiones de cine con palomitas en el sofá y los relajantes masajes en las plantas de los pies. Escuchó a su madre que se lo hizo jurar hasta el infinito… Su padre marcharía de casa apenas acabara de bajar del trastero todos los discos de su antigua colección de vinilos. Los mismos que la pequeña Amanda subía sigilosamente cada noche mientras ellos discutían.

Ganadores y finalistas de noviembre

Ganador: La petición, de Francesc Barberá Pascual

Me echaron de la casa de empeños al contarles que traía una máquina capaz de reducir objetos y personas. Supone un riesgo, pero me gusta tomarme este tipo de licencias antes de proceder. Una vez fuera, esperé a que no pasara nadie, apunté la máquina hacia la fachada y accioné el rayo láser. En cuanto la tienda se encogió, la metí en una bolsa y me marché. Al llegar a casa, abrí la vitrina que protege la ciudad que, desde hace años, les estoy construyendo, y coloqué la casa de empeños, tal y como me pidieron, entre el tanatorio y la oficina de objetos perdidos.

Finalista: Quien ríe el último…, de Manuel Menéndez Miranda

Me echaron de la casa, pese a que la había construido con mis propias manos. Aunque tenían un techo gracias a mí, ni mi nieto ni su mujer quisieron atender a razones. Lloré, supliqué, intenté razonar con ellos durante largas peroratas nocturnas, pero eso solo parecía ponerlos más nerviosos y al final lo consiguieron. Ya no tengo hogar. Por fortuna se olvidaron del garaje, así que ahora me refugio en su todo terreno mientras rumio mi venganza. Mañana me abalanzaré sobre ellos cuando atraviesen a toda velocidad el puente de la autopista. A ver si cuando caigan al río les sirve de algo el exorcista.

Finalista: Error grave de cálculo, de Ángel Correa Torres

Me echaron de la casa poco a poco. Al principio cambiaban mis cosas de lugar y dejaban las suyas por medio. Luces siempre encendidas, grifos goteando, calzoncillos fuera del cesto, lo típico. Luego instalaron el reguetón a toda pastilla, el pillaje en mi bodega y el desfile de lencería fina que alborotaba mi desayuno de los domingos. Cuando descubrí que con lo de la residencia iban en serio, hice las maletas. Las mañanas de huerto, las tardes de dominó, las noches calladas, todo ha vuelto a su sitio. Pero me equivoqué al vender la casa donde vivían. Ahora amenazan con venirse al pueblo a cuidarme.

Ganador: Los padres de Eli se ponen de acuerdo, de Antonio Molina Bajo

Mientras ellos discutían, Eli asaltaba con sus finos y fríos dedos la cremallera de mis vaqueros. Era una experta. Tenía perfectamente cronometrados los tiempos de aquellas trifulcas familiares y los empleaba, decía, para «sus cosas». Me encantaba cuando compartía esas cosas conmigo, aunque los breves silencios que se producían al otro lado de la puerta me causaban unos ataques de nervios que ponían mi corazón a prueba. Corazón que ya siempre fue de Eli hasta aquel día, cuando la puerta se abrió antes de lo previsto y «ellos», por fin, se pusieron de acuerdo en algo: me echaron de la casa.

Finalista: El poder de la imaginación, de Fernando Rodríguez

Mientras ellos discutían, él se hacía el dormido y se imaginaba en un cohete a la Luna, y de allí a Marte, después seguía explorando planetas fuera del sistema solar, luchaba y firmaba la paz con los extraterrestres, así hasta que terminaba la discusión. Cuando ahora los periodistas le preguntaban por qué se había hecho astronauta, contestó que gracias a sus padres.

Finalista: Vacaciones con sorpresa, de Manuel González Seoane

Mientras ellos discutían en el asiento de atrás yo intentaba encontrar sin éxito la dirección de aquel endemoniado hotel. Los gritos resultan si cabe más molestos conduciendo de noche y bajo la lluvia. Les pedí que lo dejaran; primero con tono conciliador, pero luego, al ver que no hacían caso, tuve que amenazarles. A partir de ahí no tengo claro lo sucedido. Recuerdo que en lugar de callarse  siguieron alborotando, y  empezaron a insultarme. Debió de ser entonces cuando perdí los estribos. Muchas horas conduciendo, agente, ¿comprende? Deje que me limpie la sangre, por favor. Acabará conmigo, este maldito taxi.

Ganador: Últimos esfuerzos, de Alejandro Vaghetti

Menuda decepción, la separación de sus padres era inminente. Sabía que se terminarían las guerras de almohadas, las sesiones de cine con palomitas en el sofá y los relajantes masajes en las plantas de los pies.Escuchó a su madre que se lo hizo jurar hasta al infinito… Su padre marcharía de casa apenas acabara de bajar del trastero todos los discos de su antigua colección de vinilos. Los mismos que la pequeña Amanda subía sigilosamente cada noche mientras ellos discutían.

Finalista: Exactamente iguales, Felipe Antonio Borrella

Menuda decepción nos llevamos cuando por fin se descubrió vida extraterrestre. Eran exactamente iguales a nosotros. Pero iguales en todos los sentidos. Tanto que decidimos mezclarnos y ahora no sabemos quién es terrícola y quién no. Bueno, salvo cuando te encuentras al que es exactamente igual que tú. Entonces sabes que ése es de otro planeta. A mí me ha pasado. Y no sé qué hacer para hacerle ver a mi esposa que se está equivocando constantemente.

Finalista: El bucle, de Francesc Barberá Pascual

—Menuda decepción, ¡pero si parece un microondas!
—Le aseguro que la máquina funciona.
—¿Me está tomando el pelo?
—Mire, le puedo hacer una pequeña demostración. ¿Ve este botón? Si lo pulso retrocederemos 15 segundos.
—Cuesta creerlo, la verdad, pero, adelante.
—Allá voy.
—Menuda decepción, ¡pero si parece un microondas!

Ganadora del mes de octubre: Carmen Rosique

¿A qué huelen los secretos?, de Carmen Rosique

Al nuevo inquilino de la puerta de enfrente no lograba verlo. Pero lo olía. Dejaba en el pasillo un aroma cautivador. Debía ser un hombre elegante, con buen gusto. Me lo imaginaba rubio, no sé por qué. En las perfumerías probaba muestras esperando encontrar aquella fragancia. Si soñaba con él, despertaba sobresaltada y culpable. A mi lado, Juan dormía profundamente.

Necesitaba urgentemente ver al vecino, quitarme de la cabeza esa imagen fabricada, acabar con esa fantasía.

Ayer me aposté tras la mirilla en cuanto mi marido salió de casa. Pero no subió al ascensor. Se perfumó, caminó hacia la puerta de enfrente y abrió con su propia llave.

Ganadores y finalistas de octubre

Ganadora: Cuando llegué a casa, de Almudena Molina

Abrió con su propia llave, llevaba tres días fuera de casa y apenas había hablado con su marido. Ella sabía perfectamente qué pasaría al entrar. No lo encontraría en la sala, ni tampoco en la cocina, pero cuando avanzara por el pasillo escucharía los gemidos de pasión de aquella infidelidad indudable. Entonces ella se marcharía, sin ser la mala del cuento, sin que nadie la juzgara por dejar a aquel hombre tan maravilloso. Al entrar a casa encontró algo totalmente diferente, música romántica, una cena deliciosa y a su perfecto marido esperándola con una rosa en la mano, menuda decepción.

Finalista: Las fantasías del abuelo, de Gustavo Romero

Abrió con su propia llave el arcón que le habíamos ayudado a desenterrar y nos mostró triunfante las monedas de oro. Llevábamos toda la vida escuchando las historias de piratas del abuelo, pero cuando se empeñó en venir a esta isla perdida del Caribe pensamos que ya se le había ido completamente la cabeza. Solo le empezamos a seguir la corriente cuando se ofreció a pagarnos el viaje, pensando más bien que unas vacaciones en la playa no nos vendrían mal y, por contarlo todo, mientras le buscábamos plaza en algún asilo. Ahora las cosas iban a cambiar: la residencia sería de primera categoría.

Finalista: El botín, de Joaquín Valls

Abrió con su propia llave, una copia realizada en secreto de la única existente en posesión de su padre. Sus pasos resonaban en la mansión cuyos rincones, iluminados por la linterna, ocupaban ahora las telarañas. Sin que existiera un motivo, siempre sospechó que su difunto tío ocultaba objetos valiosos en lugares secretos. Ante la puerta de la que había sido la alcoba, por el ojo de la cerradura pudo distinguir el fantasma del viejo tacaño contando monedas doradas que iba sacando del colchón. Y, reprimiendo el pánico, se dijo que ella no temía a los espectros, menos aún si poseían tesoros.

Ganadora: ¿A qué huelen los secretos?, de Carmen Rosique

Al nuevo inquilino de la puerta de enfrente no lograba verlo. Pero lo olía. Dejaba en el pasillo un aroma cautivador. Debía ser un hombre elegante, con buen gusto. Me lo imaginaba rubio, no sé por qué. En las perfumerías probaba muestras esperando encontrar aquella fragancia. Si soñaba con él, despertaba sobresaltada y culpable. A mi lado, Juan dormía profundamente.

Necesitaba urgentemente ver al vecino, quitarme de la cabeza esa imagen fabricada, acabar con esa fantasía.

Ayer me aposté tras la mirilla en cuanto mi marido salió de casa. Pero no subió al ascensor. Se perfumó, caminó hacia la puerta de enfrente y abrió con su propia llave.

Finalista: Premonición, de Victoria de la Fuente

Al nuevo inquilino de la puerta de enfrente le faltan los dientes, dijo mi hijo. A los pocos días, el hombre se resbaló en la escalera y se rompió los dientes. Coincidencia, pensé. La profe tiene cara de pergamino arrugado. Me reí. Esa semana, la profesora se quemó la cara haciendo un experimento de química en clase. Un desgraciado accidente. Luisito parece una momia. Ayer, Luisito se cayó de un árbol. Ver al amigo de mi hijo en el hospital todo cubierto de vendas, me impresionó. Pero esas cosas pasan. Hoy, cuando me ha dicho que tengo cara de zombi, he empezado a preocuparme.

Finalista: Un favor, de Begoña Gutiérrez

Al nuevo inquilino de la puerta de enfrente le gusta pedir favores. Empezó pidiéndome sal, luego leche, al mes desayunaba directamente en casa, en navidad se sentaba en mi sillón cada domingo a ver el futbol y desde hace seis meses vive en mi casa, se acuesta con mi mujer, lleva a mis hijos al cole y pasea a mi perro. Ahora que soy su nuevo inquilino de enfrente, él sigue llamando cada día a mi puerta. Me pide que le devuelva su vida. Pero ya me he cansado de hacerle favores.

Ganador: La puerta 23, de Javier Martínez Domenech

Unos buñuelos de viento con chocolate en mi puerta, o un táper con croquetas caseras cuando llego de la universidad. Desde que me mudé conocía las habladurías sobre la maldición, pero esos detalles de anciana amable me hicieron bajar la guardia. Al final, para horror de los vecinos, acepté su invitación a cenar. Ya no saldría de allí. Los recuerdos se me mezclan borrosos; opulentas cenas, oscuros rituales… Al cabo de unos meses, una joven abandonó el piso, dejándome allí viejo y solo.Apenas puedo caminar ya sin andador, pero creo que podré preparar unos buñuelos al nuevo inquilino de la puerta de enfrente.

Finalista: Bruja, de Luis Arévalo Fernández

Unos buñuelos de viento fueron solo el principio. Pasteles, cuajadas, asados: Ana agasajaba a padre con sus manjares todos los días. «Para que lo disfrute la niña», mentía. Madre me enseñó a leer la mente, y Ana lo que deseaba era yacer con él, el hombre más recto del pueblo, el que entregó a su mujer cuando la descubrió en un aquelarre. Padre, iluso, terminó invitándola a vivir con nosotros. Una mañana, con total naturalidad, aquella solterona pía me llamó hija. Esa misma noche escondí el libro de madre en el arcón de Ana. A padre no le gustó aquella estrella invertida.

Finalista: Endulzar la vida, de Francisco Javier Cano

Unos buñuelos de viento como estos preparaba mi abuela los días de funeral. Genio y figura, ella sola sacó adelante a cinco hijos. A menudo le solía preguntar a mi madre por el abuelo, pero nunca soltó prenda. Mi abuela era feliz así, entre bizcochos y dulces en su pastelería, donde solía bailar con Carmen, su ayudante. Se ponían perdidas de harina, parecían dos crías. Hoy nos deja. Me ha enternecido ver a Carmen ponerle un ramo de flores en las manos. Es la que más ha llorado. Me ha contado su historia y, de paso, le he sonsacado dónde estaba enterrado el abuelo.

Ganadora del mes de septiembre: Patricia Collazo

Sueños rebeldes, de Patricia Collazo

Yo, que he vivido tantas vidas, decía mi padre el día de su cumpleaños. Entonces, de los bolsillos del pijama extraía viejos amigos: dos jefes indios, un bombero de Nueva York, un esquimal abrigadísimo, un pelotón de soldados anónimos y un sherpa bajito con el que había escalado el Everest. Ellos se desperdigaban por casa, husmeaban todo, se disputaban el mando de la tele, o jugaban al dominó con nosotros. Cuando los indios encendían una fogata en el pasillo y el bombero abría todos los grifos, mamá se hartaba y los barría a todos hacia la terraza. Al día siguiente hacíamos como si nada hubiera pasado.

Ganadores y finalistas de septiembre

Ganador: El ingrediente secreto, de Pablo Núñez

Por si la volvíamos a ver volar, la vendedora de globos nos regaló unas flechas con sus arcos. Entrenábamos en el parque usando como diana los sombreros de los caballeros, los bocadillos de los niños y los bolsos de las damas. Muchos fueron los días en que tuvimos que reventarle su mercancía para que bajase. Una tarde que casi se nos escapa, le aconsejamos que ganara peso, empezó a engordar y, desde entonces, se mantuvo firme en el suelo, hasta ayer. La perdimos de vista en el infinito, sin nada en las manos a que pudiéramos disparar, después de que se comiera unos buñuelos de viento.

Finalista: Venganza, de Antonio Aragoneses

Por si la volvíamos a ver volar, Manuel decidió escribir un SOS con piedras en la arena de la playa. Luis y Pablo decidieron levantar una pila de troncos de cocotero rodeada de una gruesa capa de yesca para que prendiera rápido. A Felipe, el insoportable Felipe que había hecho hasta ahora de la vida en la isla un infierno, lo convencí para que subiera a vigilar a lo alto del cerro. Las señales funcionaron y cuando amerizó la avioneta nos tiramos al mar. En un minuto estábamos a bordo, a salvo los cuatro. Felipe no bajo del cerro a tiempo, tampoco pedimos que lo esperaran.

Finalista:  Ángel derribado, de Ánder Balzategi

Por si la volvíamos a ver volar nos quedamos vigilantes. La derribó mi hijo de una pedrada, no sé si era él o ella, eso sí, tenía formas de mujer. Estaba despatarrada en la terraza, un hilillo de sangre en la comisura y sus blancas alas retorcidas. Mis hijos y yo hacíamos guardia en la ventana y en la puerta de la habitación de mi difunto marido. No íbamos a dejar bajo ningún concepto que se llevase su alma al cielo, tenía que haber una confusión y preferíamos esperar a que llegase el otro.

Ganador: Con capa y todo, de Rubén Chamorro González

Al día siguiente hacíamos como si nada hubiera pasado, mamá se vestía lentamente, un traje, después el otro. Nosotros, descalzos, todavía en pijama, la veíamos hacer a través de la rendija de la puerta. Después nos arreglaba, nos daba el desayuno, nos dejaba en el colegio. Las manillas del reloj se retorcían en mi muñeca hasta que Juani, la niñera vecina, venía a recogernos cuando el sol casi se escondía. De vuelta a casa, siempre mirábamos al cielo por si la volvíamos a ver volar.

Finalista: El día después, de Adrián Pérez Avendaño

Al día siguiente hacíamos como si nada hubiera pasado. Mamá, que apenas podía moverse y con unas enormes bolsas moradas bajo los ojos, preparaba tostadas con mermelada de fresa para todos. Papá nos apartaba el pelo de la frente para besarnos y, acto seguido, marcharse dando un portazo. Mis hermanos y yo cantábamos canciones con la boca llena. Y cuando llegaba la noche, siempre era el mismo ritual: bajo la luz de la lámpara de araña, leíamos la Biblia cogidos de la mano. Luego pedíamos el mismo deseo: que la próxima vez no fuera niña.

Finalista: Costurera, de Ángeles Fumega Riveiro

Al día siguiente hacíamos como si nada hubiera pasado. De mañana reuníamos en una cesta las piezas esparcidas por la habitación y mi madre ocupaba el resto del día en coserlas con la rapidez de quién se enfrenta a una tarea habitual. A la hora de la cena mi padre se había recuperado las condiciones para, al menos, sentarse a la mesa rodeado de sus hijos, que, sin prestar atención a sus costuras frescas, cruzaban apuestas sobre cuándo sería la siguiente vez que estallaría de ira.

 

Ganadora: Sueños rebeldes, de Patricia Collazo

Yo, que he vivido tantas vidas, decía mi padre el día de su cumpleaños. Entonces, de los bolsillos del pijama extraía viejos amigos: dos jefes indios, un bombero de Nueva York, un esquimal abrigadísimo, un pelotón de soldados anónimos y un sherpa bajito con el que había escalado el Everest. Ellos se desperdigaban por casa, husmeaban todo, se disputaban el mando de la tele, o jugaban al dominó con nosotros. Cuando los indios encendían una fogata en el pasillo y el bombero abría todos los grifos, mamá se hartaba y los barría a todos hacia la terraza. Al día siguiente hacíamos como si nada hubiera pasado.

Finalista: La última reencarnación, de Efraim Centeno

Yo, que he vivido tantas vidas, hacía siglos que no sentía miedo. He desollado mamuts con mis manos ensangrentadas, después de lancearlos. Grité por la sal ardiente sobre mi piel fustigada a latigazos por robar agua a los capataces del faraón Kefrén. Cuando comerciaba con ágatas, he abrazado con pasión los cuerpos más deseados, en las peligrosas tabernas de Cartago. Y en una playa de Japón, canté con la euforia del sake, mientras hacía aterrizar un biplano, poco después de la gran guerra. Pero esta vez, el terror invade mi cuerpo redondeado en un hospital de Uagadugu. En unos minutos, por vez primera, habré sido madre.

Finalista: Última reencarnación, de Francisco Javier Ramos

Yo, que he vivido tantas vidas. Que he reído, amado, llorado y matado. Que he nacido cientos de veces y muerto las mismas. Que puedo recordar todas y cada una de ellas, y las he disfrutado a manos llenas a sabiendas de mi regreso, me veo aquí, cogiendo tu mano fría. Sin saber qué hacer sin ti. Sin saber cómo terminar con lo que ahora, de repente, me parece una maldición.

Más información

Error: Formulario de contacto no encontrado.

Más información curso

    Compartir en