Próxima estación, tu historia: a la vuelta de un pasillo, al bajar las escaleras mecánicas, esperando en el andén, sentado en un vagón… en el metro viajas rodeado de historias. El II Certamen Literario Metrorrelatos te propone que encuentres la tuya y nos la cuentes en un máximo de 100 palabras. El ganador se llevará 1.500 euros de premio, los 12 mejores metrorrelatos podrán leerse en las estaciones de Metro de Madrid y sus autores recibirán un Curso de Microrrelatos en Escuela de Escritores.
Para ayudarte a arrancar, te proponemos una frase de inicio con la que deberán comenzar todos los metrorrelatos que se presenten en esta II edición: «Estaba justo enfrente». Recuerda que la historia deberá estar ambientada en el metro.
Lee las bases del concurso con atención y envíanos tu metrorrelato de un máximo de 100 palabras antes del 23 de abril a través del formulario de participación que encontrarás en esta misma página.
El jurado declarará un ganador y once finalistas. El autor del microcuento ganador recibirá:
El texto ganador y los 11 finalistas serán publicados en carteles que serán visibles en las instalaciones de Metro de Madrid, incluyendo un código QR mediante el que se podrán escuchar en formato de audio. Los autores de los microcuentos finalistas recibirán asimismo una matrícula en un curso intensivo de microrrelato de Escuela de Escritores durante el año 2024.
Inicio: 26/03/2024 10:00
Fin: 23/04/2024 10:00
Fallo: 23/05/2024 10:00
La frase de inicio de todos los metrorrelatos debe ser: «Estaba justo enfrente». Recuerda que la historia deberá estar ambientada en el metro y tener un máximo de 100 palabras.
Ganador: Iñaki Goitia Lucas
Tragedia moderna
Estaba justo enfrente: una chica absorta en la lectura de Hamlet. Fue entonces cuando lo vio claro; se subió a lomos de Rocinante y desoyendo el consejo de Sancho, saltó de sus páginas hasta arribar al acto V para raptar al príncipe Hamlet. Por desgracia, cuando regresaron para luchar contra los gigantes, el señor que estaba leyendo sus desventuras hacía un rato que se había bajado en La Latina. Hoy añoran a Dulcinea y a Ofelia, respectivamente, y malviven en el piso más barato de Malasaña; el príncipe se niega a trabajar; y don Quijote… bueno, es don Quijote.
Finalista: Juan Luis Mora Aguilar
Plan de fuga
Estaba justo enfrente, en el otro andén. Anunciaba un perfume; yo, una academia.
Nuestras miradas coincidían en algún punto de aquel espacio, por azares de alguna deidad publicitaria. Nuestro contacto visual solo era interrumpido por el paso de los convoyes y nuestra complicidad se iba haciendo eterna cada día. Al cierre de las estaciones, dialogábamos. Y siempre nos sorprendía charlando el encendido de luces que provocaba aquella cotidiana emoción de vernos otra vez por vez primera.
Una noche lo hicimos: ideamos y ejecutamos un plan de fuga. De mañana, encontrarían nuestras siluetas recortadas en los carteles, sin rastro de nosotros.
Finalista: María Borrell Araúz de Robles
Manchas
Estaba justo enfrente, sentada sobre las rodillas de su madre. Jugaba con las manos en el aire. En Goya le saqué la lengua, las dos reímos. En Callao me senté a su lado y me extendió su piruleta. El caramelo manchó mi jersey blanco. Perdone, perdone. Su sonrisa avergonzada, la mía sincera. ¿Usted tiene niños? Mordí mi labio inferior y negué con la cabeza. Me miró a los ojos. Colocó su mano en mi antebrazo y apretó ligeramente. La dejó ahí dos paradas más, en silencio. La gente, como manchas, entraba y salía del vagón. Comprendía, como solo una madre sabe hacer.
Finalista: Daniel José Barrera Pérez
Vagón vacío
Estaba justo enfrente, un hombre de mediana edad, solitario, extraviado, como alguien que no atina a encontrar, o que no busca para encontrar sino para perderse, o que encuentra y olvida. Daba la impresión de haber hecho algo estúpido y de, no obstante, sentirse satisfecho al respecto, como cuando uno se enamora. Yo conozco ese sentimiento, es un poco diluirse, un poco asistir a la propia desaparición por creer que se debe ser todo o nada, pero allí estaba, justo enfrente de mí. Por juguetear, dije mi nombre en voz alta y el hombre de enfrente contestó: «Sí, ese he de ser yo».
Finalista: Sara Sánchez Hernández
Mi musa
Estaba justo enfrente del acceso al andén, saludándome con su etérea e incolora mano. Siempre que la necesitaba, quedábamos allí.
Cuando el metro llegó y abrió sus puertas, entramos en el último vagón. Tras dejarla observar un rato, pregunté:
—¿Y bien?
—Un viejo espía arrepentido, una joven revolucionaria y dos condenados a muerte —me contestó risueña, señalando al anciano que dormitaba, a la adolescente que escuchaba música y al padre y al hijo que discutían acalorados.
Y una vez hecho su trabajo, desapareció.
Yo sonreí agradecida, mientras encajaba aquellas piezas en mi mente, donde ya empezaba a gestarse una nueva y trepidante novela.
Finalista: Carmen María Redondo Pérez
Recuerdos azul celeste
Estaba justo enfrente, pero en el otro andén. Habían pasado varios años pero no tardó ni un segundo en reconocerlo, justo antes de que desapareciese entre el gentío que se acumulaba en hora punta. Aún faltaban dos minutos. Esa línea le traía demasiados recuerdos. Recuerdos de cuando viajaban en la misma dirección; recuerdos de cuando «Valdeacederas» era un «te veo en casa», «Tribunal» se pronunciaba «donde nos vimos por primera vez» y «venme a buscar al trabajo» se pedía «bájate en Iglesia».
Escuchó el traqueteo del tren que entraba en la estación y, otro día más, subió para ir en dirección opuesta.
Finalista: Patricia Gómez-Rey Feliz
¡Llego tarde, llego tarde!
Estaba justo enfrente. Reloj en mano, inconfundible gabán, tiesas sus orejas de conejo. Llegaba tarde de nuevo y la espera en el andén le desquiciaba. Saltó a la vía, corrió hacia el túnel, y se adentró en la oscuridad como quien penetra un espejo. La gente chateaba indiferente, hurgaba en sus bolsillos, rumiaba quejas. Ninguno percibió su escapada. Le hubiera perseguido como antaño pero me quedé inundando la indolente estación con mis lágrimas.
Finalista: Francisco Javier Cano Santa Bárbara
Bienvenido
Estaba justo enfrente de donde me bajé del metro. Me extrañó que hubiera un bar subterráneo, pero decidí entrar a tomarme la última. En la puerta había una especie de veterano de Vietnam que me llamó por mi nombre y me pidió la chupa. Sonaba mi canción favorita y la peña bailaba a mi alrededor. Mientras pensaba qué garito más raro, ya tenía preparado un gin-tonic como a mí me gusta. Eché un trago y estaba de muerte. Grité: «¡Esto es el paraíso!», cuando una mano me tocó y oí la voz de mi difunto padre que me cortó el rollo.
Finalista: Inés Gimeno Alvargonzález
Me quedo
Estaba justo enfrente. Entre sus pies un cubo de pintura y una bolsa con lo que parecían brochas. Entre su ceja y la oreja un pegote gris, casi del color de su pelo. Manuel Becerra. Un señor mayor al que cedo mi asiento. Está cansado. Me siento a su izquierda dos paradas más tarde. Abro mi libro y siento su cabeza caer sobre mi hombro. Rebota y la sube de nuevo. Huele a barniz. Y a polvo. Una parada. Su cabeza me toca y se erige de nuevo. Guardo el libro. Se posa… y se queda. Me quedo.
Finalista: Sara Blanco
Amor ciego
Estaba justo enfrente de un señor de bastón y chepa, que me confesó que estaba enamorado. Que por eso cogía todos los días el metro a pesar de llevar jubilado más de catorce años. Que sabía que su amor no era correspondido, pero que le valía con escuchar su voz en cada próxima estación.
Finalista: Raúl Clavero Blázquez
Imaginaciones tuyas
Estaba justo enfrente, al otro lado de la vía, agarrado a la mano de una niña. Se me encogió el corazón. Conmigo, pensé, mi antiguo amigo imaginario nunca bajaba al metro, decía no soportar el ruido, ni la velocidad de los vagones, ni las muchedumbres. Por ese motivo, de hecho, solíamos discutir hasta que, finalmente, me abandonó.
Iba a gritar su nombre para saludarle cuando llegó su tren, y en pocos segundos volvió a alejarse.
Quise buscar consuelo en papá, pero él estaba, como siempre, perdido en los números de su libreta, así que abracé a mi madre también, por supuesto, imaginaria.
Finalista: Gloria Moreno Alcaide
Ambivalencia
Estaba justo enfrente, o al lado, o arriba o abajo, oscilaba según cómo y cuándo pero siempre ahí, a mi lado. Se había convertido desde no hacía mucho en mi sombra, mi otro yo y hasta me había acostumbrado a su eterna presencia, en casa, de paseo o de camino a ninguna parte en metro, siempre estaba, ya incluso me hablaba, nunca me atreví a dar rienda suelta a la locura del diálogo aunque a veces, lo confieso, quería hacerlo… Pero los muertos no están ahí, y no viajan en metro.
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