Nació en México en 1971 y reside desde 2005 en Madrid. Se encarga de las lecturas editoriales y correcciones en nuestra área de Servicios Personalizados.

Es licenciada en Ciencias Humanas, diplomada en Mercadotecnia y máster en Cooperación al Desarrollo y Ayuda Humanitaria.

Su carrera profesional se ha desarrollado en publicidad y organización de eventos y ha impartido talleres de lectura clásica y clases de Historia de la Música en la Universidad Autónoma de Coahuila.

Ha sido miembro del taller de Felipe Montes en Monterrey y alumna de la Escuela de Escritores desde 2008. Algunos de sus relatos están publicados en las antologías Es Raro Olvidarlo Todo, Basta de Comedia y Por qué Lisa Buscaba a la Durás.

Es raro olvidarlo todo

Antología
Molloy Ediciones
2013

Más información

Basta de comedia

Antología
Molloy Ediciones
2011

Más información

Por qué Lisa buscaba a la Durás

Antología
Molloy Ediciones
2010

Más información

Silvia es el sueño de cualquier alumno ávido de aprender: no sólo domina la materia, además la transmite con pasión y sabe adaptarse a las necesidades de cada alumno. Es humana, sensible y tiene un gran sentido del humor. En mi caso Silvia me ha ayudado a despertar un elefante que dormía en mi interior.

Mercedes, desde Bruselas (Bélgica)

Silvia siempre está para aclararte las dudas, para asesorar, corregir. Un lujo.

Juan Anselmo, desde Leganés (España)

Silvia es esa clase de profesora que cuando más desmotivado más te apoya. Gracias por todo.

Nicolás Giménez, desde Pekín (China)

Entrevista a la profesora

Es un buen eslogan, pero no es verdad. Casi todo lo que somos es resultado de una elección personal y de un trabajo posterior; creo que hay una inclinación natural que, sumada a ciertos aprendizajes, es a lo que llamamos “talento”, pero no hay talento que brille sin un esfuerzo consciente, sin la disciplina, el trabajo, la perseverancia y la terquedad -todo hay que decirlo- que están detrás de cualquier escritor.

En cuanto a enseñar a escribir, no lo diría de esa forma. Podemos guiar y poner al alcance de los alumnos los trucos, los atajos, la técnica; podemos ayudarle a entrenar la mirada, a leer de otro modo, más atento, más profundo; pero no podemos insuflar la escritura de calidad en ellos. Escribir es un oficio, se aprende haciéndolo.

Me encanta. Significa la posibilidad de acompañar a escritores que inician su camino llenos de ilusión y de dudas; pueden ser personas que están concretando por fin la ilusión de toda su vida o que simplemente han decidido explorar un camino nuevo para desarrollar su creatividad. En todos los casos soy consciente del privilegio y la responsabilidad que supone guiarles en el descubrimiento de las técnicas y secretos de la escritura que he ido acumulando a base de lecturas, trabajo personal y profesores que también me han dado lo mismo.

Sí, me siento libre. Apoyada por la metodología y por los materiales de la Escuela, pero libre para hablar de la escritura literaria como yo la veo, la siento y la vivo. No creo que exista otra forma de impartir clases de ninguna disciplina artística si no es con libertad.

Y en cuanto a mi metodología, no sé si puede llamarse “método” o si tiene algo de peculiar, pero yo la imparto, ante todo, con profundo respeto a la tradición literaria y con rigor, pero también con la libertad indispensable para la creación. No pongo barreras a la creatividad, pero soy estricta en el perfeccionamiento de las herramientas y en el uso del lenguaje. Digamos que se trata de divertirse, pero muy en serio.

Yo no puedo hablar de exigencia, hablo de acompañamiento. Me apena ver a alumnos con increíble talento que no entregan las tareas y no puedo hacer nada más que intentar motivarles. Pero sí que tiro de quienes están dispuestos a trabajar y la transformación de su trabajo es impresionante. A todos les pido, al principio y al final, que se lo crean y que sigan adelante, que confíen en su individualidad como escritores y que perseveren en el deseo de escribir narrativa de calidad.

Me gusta el clima cordial y amistoso, pero siempre con respeto, no solo en las formas, sino también en la percepción que tiene cada uno de sí mismo y de sus compañeros. Cada uno tiene un estilo peculiar y sus preferencias literarias, como todos nosotros, pero ser distinto no es malo, todo lo contrario. Les motivo a abrir la mente a todos los estilos de escritura y a comentar desde el respeto total.

Mi relación con ellos es a veces de profesora y muchas veces de motivadora: si a alguno le hace falta un empujón, se lo doy.

Sí, por supuesto; estoy muy lejos de pensar que tengo todo el conocimiento en mis manos y los alumnos -como cualquier persona- están cargados de experiencias y opiniones que nos enriquecen a todos. Aprendo de cada una de sus tareas y comentarios pero, sobre todo, su entusiasmo me recuerda esa época en lo que yo tampoco tenía miedo a nada. Me refiero, claro, a la escritura. Con el tiempo nos hacemos mucho más autocríticos y su frescura me renueva a mí también.

Como yo los he tenido, a lo largo de mi vida, buenos y malos, tengo más o menos claras mis preferencias: hay que ser generoso, en el dar y en el recibir; tener amplitud de criterio, libertad mental y capacidad de empatía; amar a la literatura, al arte y al conocimiento en general. Y haber sufrido y gozado el acto de escribir, y estar dispuesto a  seguir haciéndolo cada día, para comprender a los alumnos y aconsejarles desde la experiencia personal. No es poco, pero es a lo que aspiro como profesora.

Me adapto mucho a cada alumno. Me gusta seguir su evolución en cada tarea y enfocarme en lo que percibo que viene bien a su escritura: en algunos son los detalles, la concreción; en otros puede ser lo contrario: soltar, dejarse llevar. Sobre todo me enfoco en la forma, en la técnica, nunca juzgo los temas ni me preocupo de las grandes y novedosas ideas, porque creo que con un buen tratamiento la idea más pequeña puede convertirse en una obra de arte.

Lo compagino todo: las clases con mi trabajo creativo y con otros aspectos de mi vida muy dispares, pero que me resultan igualmente importantes. Dedico a cada actividad su propio tiempo y me concentro en ello.

La pregunta del escritor favorito me parece imposible de responder, ¡hay tantos! En mi vida he admirado a muchos escritores, entre los primeros, cuando era todavía una niña, estuvieron García Márquez, Vargas Llosa, Dostoievsky, Allan Poe, después me he ido apasionando por otros: Benedetti, Carpentier, Borges me deslumbró, Onetti, Fuentes, del Paso, Roa Bastos, tuve mi época Kundera, Eco, ahora pienso más en Bellow, Steinbeck, Roal Dahl me maravilla, sobre todo en los infantiles, pero en realidad soy una lectora de obras, no de autores; me enamoro de un libro pero no suelen gustarme todos los libros de un mismo autor. Me pasa con Saramago, por ejemplo: adoro el Evangelio según Jesucristo, pero no siento predilección por el Ensayo de la Ceguera (perdón si ofendo a alguien). Al tiempo que respondo a esto vienen a mi mente tantos escritores y escritoras magníficos que me han dejado con la boca abierta, que me resulta imposible elegir a uno. Es una lástima que no tengamos más vida para leerlos a todos.

Ahora estoy comenzando a leer “La casa del dolor ajeno”, de un autor mexicano a quien nunca había leído: Julián Herbert.

Silvia Flores, profesora en Escuela de Escritores - IMG570

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