Concurso de microrrelatos

El Prado en 205 palabras

Concurso de microrrelatos Museo El Prado en 205 palabras -IMG1024 Ficha
Bases de concurso Microrrelato

Concurso de microrrelatos

El Prado en 205 palabras

Certamen

La historia del Museo del Prado y de sus colecciones está en constante transformación gracias a cada una de las voces de las personas que lo habitan y que se recogen a través de los programas públicos y de mediación. Con motivo de su aniversario, el Museo Nacional del Prado convoca el concurso de microrrelatos El Prado en 205 palabras, una apuesta por deslocalizar su colección y llevarla más allá de sus muros, viajando a través de la escritura.

El concurso es de ámbito internacional y consiste en escribir microrrelatos inspirados en alguna de estas cinco obras indicadas a continuación. Cada uno de los cinco microrrelatos seleccionados se podrá leer en una cartela que se expondrá durante tres semanas junto a la obra que lo ha inspirado:

Los relatos aportarán nuevas lecturas de las obras y no podrán superar las 205 palabras, tantas como años cumple el Museo del Prado este mes de noviembre.

Participa a través del formulario que encontrarás a continuación desde el 19 de noviembre a las 10:00 hasta el 19 de diciembre a las 23.59. ¡Haz que tu microrrelato transforme nuestra mirada sobre las obras del museo!

Resolución

Inicio: 19/11/2024 10:00
Fin: 19/12/2024 10:00

Fallo: 03/02/2025 10:00

El Jurado de la primera edición del concurso de microrrelatos El Prado en 205 palabras, formado por integrantes de la Coordinación General de Educación del Museo del Prado y del claustro de Escuela de Escritores, se reunió el miércoles 29 enero de 2025 para seleccionar el microcuento ganador, los cuatro accésits y los siete finalistas de esta convocatoria en la que se presentaron 2.444 textos entre los pasados días 19 de noviembre y 19 de diciembre de 2024.

A continuación puedes ver el relato ganador y los cuatro accésits y, en este enlace, puedes leer el fallo completo del concurso.

Ganador: Cris, de Alberto Moreno Sánchez-Izquierdo

En todos mis años como cajera jamás he visto un producto con tanto éxito como los Hermafroditos. La campaña es simple, se basa en la incertidumbre de no saber qué te va a tocar, si niño o niña. A pesar de su astronómico precio he visto clientes venir a llevarse un Hermafrodito tras otro, uno tras otro, hasta conseguir el sexo deseado. Nuestro trabajo es sencillo: pasar el lector sobre el producto e informar de que no se admiten devoluciones. Y deberíamos estar agradecidas, pues el boom ha permitido que incluso nos suban el sueldo.

Sin embargo, cada día, antes de marcharme, rompo las normas y voy a verlo, a él. O a ella. Durante solo unos segundos, abro su envoltorio para contemplarlo. Conozco cada centímetro de su piel, el ritmo de sus latidos, la cadencia de sus respiraciones. Cris, le digo, si eres chica te llamaría Cristina, y si eres chico, Cristian. Si pudiera te llevaría en brazos a jugar, a reír y bañarnos en un río de esos, de los de antes, le susurro. Y él, o ella, tiembla levemente.

Luego cierro la caja, la pongo atrás del todo para que nadie se la lleve y, con el corazón encogido, regreso a casa.

Primer accésit: Ya nada me parece absurdo, de Soledad Sánchez Flores

Juraría que acababa de hacer la cama cuando al volverme la encontré deshecha. Al principio me extrañó, pero como siempre voy con prisa, pensé que me lo había imaginado. Con las plantas pasó algo parecido, la tierra se secaba antes de terminar de regarlas. Lo achaqué al calor. Sí me empezó a extrañar la falta de leche o huevos el mismo día que hacía la compra. ¿Me habré vuelto loca?, le preguntaba a mi marido, que se encogía de hombros. Así que les echaba la culpa a los niños, pero cuando regresaba de llevarlos al colegio, las pelusas estaban donde antes de pasar la aspiradora. He espiado al cesto de la ropa sucia y, aunque me empeñe, ya nunca está vacío.

A veces arreglo la casa rápido para que no le dé tiempo a deshacerse. Al menos para darme el gusto antes de que se descomponga de nuevo. Pero cuando estoy terminando de fregar el pasillo y me queda la última esquina, ya está otra vez revuelta. La gente me dice que soy una valiente, como si tuviera otra opción. He intentado dejarla a ver hasta dónde llega, pero se abren grietas en las paredes y me da miedo que el polvo nos entierre dentro.

Segundo accésit: Un instante, de Carlos Corbacho

Por fin llegó la tarde bañando los jardines con su luz. Los imponentes cipreses que lo custodiaban formaban un tupido muro verde que sobresalía tras la logia y ante una de sus puertas serlianas, cerrada con listones de madera, dos caballeros conversaban calmos como la tarde misma.

— Os ruego no os giréis…, no os giréis os digo. Un muchacho está apostándose con un caballete y un pequeño lienzo a unas cien varas de donde nos hallamos. ¿No es extraño?

— ¿Un muchacho decís? ¿Un caballete y un lienzo? ¿Qué va a pintar, pardiez?

— Lo ignoro completamente y voto a Dios si la curiosidad no me corroe. Pero disimule, disimule vuesa merced. No se gire, ya lo espulgo yo como el que está a otra cosa.

— Pertrechado de pocos aparejos le veo para hacer un cuadro, si es lo que pretende.

— Al final ha mirado.

No se demoró el joven y antes de que la pareja volviera a reparar en él se estaba marchando.

— ¿Notáis que nos han hurtado?

— ¿Qué decís? No alcanzo a entenderos.

— El muchacho. Se va y siento que se lleva un instante en su lienzo.

— Ahora sí que estoy despistado.

— No me hagáis caso. Cualquier día me queman por tales pensamientos.

Tercer accésit: Huella negra, de Fabián Miguel Díaz

Te veo. El ceño estricto y la frente amplia. Estoy contigo, latiendo. Soy apenas un pequeño cimarrón. Un espía. Tendré, sin más, la vida breve. La eternidad la dejaré, como tú, en las barrancas. Mira qué belleza la siesta. Qué latido más delgado y amarillo. ¿La escuchas? Si pareciera que hasta el trazo de tu pincel resuena con más fuerza. ¿Qué pintas? Déjame ver y dame una caricia. Un pedazo de carne o un hueso. Que somos dos parias. Dos animales que reniegan de lo que ven y escuchan y saben. Yo ladro, tú pintas. No hay diferencia, Francisco. Vamos a correr por las barrancas, que la tarde de otoño es breve. Vamos, que ahora encienden los faroles. Deja el cuadro manchado de ocres y negros. Vamos a beber y a comer. Mañana pintarás. Mañana. Que la noche comienza su canto, Francisco. Que yo dejaré en las barrancas alguna huella de perro luchando contra la corriente, de perro semihundido y tu dejarás la noche negra. La negra pintura de esta tierra. Que tú dejarás la huella de un perro negro, Francisco de Goya y Lucientes.

La noche es nuestra, mas no la oscuridad. Vamos. Que yo dejaré una huella. Y tú una herida.

Nada más.

Cuarto accésit: Detrás de la cascada, de José Manuel Romera de Landa

Aurelia se dibuja con el pincel en el espejo empañado, para verse bien, para reconocerse. Pero la artista de la imagen que va tomando forma le dice que ella no lo es, ni lo será nunca, artista. Con gesto cansado, enciende de nuevo la ducha, muy caliente, para que el vapor vuelva a cubrir sus dudas. También el agua cayendo le permite dejar de escuchar esa otra voz. Se deja empapar, llevar por el agua, lejos. Cierra los ojos y se imagina dentro de una cascada o de una ola. Ella siempre es la espuma. Al salir, el reflejo ha desaparecido dentro de una nube. Ella se seca, se pone el vestido y los pendientes, y se arregla el pelo. Coge de nuevo el pincel. Ahora se pinta en un lienzo: un autorretrato de ella dibujándose en un espejo empañado. De perfil, para no mirarse a los ojos. Y con el espejo solo imaginado al otro lado del borde, del marco, detrás de la cascada.

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