Ha realizado un doctorado en literatura contemporánea en la Universidad de York, es máster en Estudios Literarios por Goldsmiths, University of London, y graduada en teoría de la literatura por la Universidad Complutense de Madrid.
De 2015 a 2017 realizó el Máster de Narrativa de la Escuela de Escritores.Su primera novela, Los días leves (Binomio, 2023), fue seleccionada para el Premio Herralde de Novela en 2020 y finalista del Premio Nadal de Novela en 2023. Su segunda novela, Los idólatras y todos los que aman fue seleccionada para el Premio Herralde en 2023.
Asimismo, ha participado como escritora en la segunda edición del proyecto Connecting Emerging Literary Artists (CELA), financiado por la Unión Europea.
En la actualidad imparte talleres de escritura y coordina clubes de lectura. Además, se ha formado como traductora literaria del inglés al español.
Adriana es una profesora genial con una sensibilidad y capacidad de trabajo inmensa. Me he sentido guiada y motivada por ella durante todo el curso, sobre todo en la parte de los comentarios, donde se nota enseguida el esfuerzo que hace por entender hacia dónde quiere ir cada uno y cómo mejorar el texto para conseguirlo. La recomiendo al 100%.
Daniela Estrada, desde Barcelona
Entrevista a la profesora
Creo que la escritura, como oficio, tiene muchas dimensiones, algunas se pueden aprender y enseñar, y otras dependen únicamente del escritor. Pero nadie nace sabiendo leer y escribir. Como cualquier otro oficio, la escritura requiere una práctica, un tiempo, un esfuerzo. No solo se enseña y se aprende a escribir, sino también a leer, a buscar historias, a dominar el lenguaje y a adquirir las herramientas que el escritor, en el momento de la escritura, en soledad, puede emplear por su cuenta y a su juicio.
Creo que un grupo funciona cuando se genera un clima de respeto y honestidad. Los alumnos han de sentirse cómodos para compartir su trabajo y, a la vez, para expresar con honestidad sus opiniones sobre los trabajos de los demás, siempre de forma constructiva y orientada a convertirse en los mejores escritores que pueden ser.
Por supuesto. La propia dinámica de los grupos se basa esencialmente en el intercambio. Los alumnos se leen entre sí, se comentan, reciben los comentarios del profesor, y es a partir de esa constante comunicación de donde nace el progreso. Los alumnos aprenden tanto de sus intercambios unilaterales con el profesor como de ser testigos del aprendizaje de los demás. El taller de escritura se convierte en una suerte de laboratorio en el que el escritor tiene un contacto directo y constructivo con sus lectores. El profesor, por su parte, aprende sobre el proceso de la escritura, sobre aspectos que de otra forma podrían pasarle desapercibidos pero que, al verlos en otros, se vuelven relevantes.
Creo que hay que encontrar un balance entre la generosidad lectora y el compromiso de sacar lo mejor del alumno. El profesor tiene que hacer un esfuerzo por adentrarse en el mundo del alumno, percibir qué es lo que quiere decir, cuál es su imaginario, cuáles son, también, sus límites y posibilidades, de forma que aunque se encuentre ante textos alejados de su propia práctica de escritura, sepa sacar lo mejor de ellos y convertirlos en lo mejor posible. Al fin y al cabo, no siempre leemos lo que nosotros escribiríamos y eso no hace que no seamos capaces de apreciarlo.
Me gusta imaginar mis diferentes facetas dentro del mundo literario como entremezcladas entre sí. Tanto lo que aprendo estudiando literatura desde el punto de vista académico como desde el aspecto didáctico, al enseñar escritura, son fuentes de información y enriquecimiento para mis creaciones. En los talleres de escritura se suele enseñar, justamente, a activar esa «mirada del escritor» que, una vez activada, es difícil de apagar.
Vladimir Nabokov. En particular, su conciencia tan aguda del lenguaje. Al no escribir en su idioma materno, parece que siempre está negociando con las palabras, las vuelve extrañas y da la sensación de que, a medida que escribe, reflexiona sobre ellas como un observador desde la distancia. Sus juegos literarios me recuerdan a cuando, de niños, repetimos una palabra una y otra vez hasta que los sonidos dejan de tener ningún sentido. Por otra parte, sus novelas, tratando a veces temas muy solemnes, me parecen fascinantemente cómicas.
Ahora estoy leyendo Otoño de Ali Smith.