Montalbà es licenciada en Filología Hispánica y Filología Catalana por la Universidad de Barcelona, en la especialidad de Literatura Catalana Contemporánea. Vinculada profesionalmente al Servei de Llengües de la Universitat Autònoma de Barcelona.
Antigua alumna de la escritora Mercè Company (Aula de Lletres), ha obtenido diversos premios literarios, tanto en relato corto como en poesía, entre los que cabe destacar el premio de Narrativa Breve ‘Mercè Rodoreda’, 2005 (Molins de Rei); Premio ‘Jacint Verdaguer’, 2007, en Calldetenes; Premio ‘Ciutat de Igualada’, 2004, galardonada en relato y poesía en un mismo certamen; y Certamen de Poesía ‘Ciudad de Benicarló’, 2004 (Accésit al primer premio). Tiene publicada parte de su obra, tanto poética como narrativa, en diversas revistas literarias y en libros de autoría colectiva.
Ha publicado en la revista Aula diversas unidades didácticas sobre escritura creativa dirigidas al alumnado de secundaria. También ha dirigido, en la Universidad de Barcelona, un grupo de Tutorías Lingüísticas y ha impartido su propio taller de Escritura creativa. Es traductora y profesora de lenguas. Ha dado clases de Redacción y Estilo en diversos Organismos Públicos.
En el año 2000, cursó estudios en la Universidad de Sarajevo, coincidiendo allí con la escritora Susan Sontag.
Entrevista al profesor
¿Qué te sugiere la frase «El escritor nace, no se hace»? ¿Crees que se puede aprender —y enseñar— a escribir?
Sí, es curioso pero, aquí, a los profesores de escritura creativa, resulta bastante habitual que se nos plantee esta pregunta. En cambio, en los países de mayor tradición en la enseñanza de técnicas literarias, como los anglosajones, está ya muy asumido que a escribir se puede aprender, lo mismo que se pueden aprender otras competencias, como esquiar o cocinar. Por supuesto que algunas personas tienen más aptitudes para ello que otras, pero ahí está claro que lo que más cuenta es la actitud. Y alguien que quiere aprender a escribir relatos o poesía, lo conseguirá si está dispuesto a trabajar esa competencia, a esforzarse en ello. El camino es largo y nada fácil, eso es cierto, pero para ayudarle estamos nosotros, los profesores, y también las técnicas creativas, que se pueden aprender, por supuesto. Además, si tenemos en cuenta los objetivos de la retórica clásica —docere (mostrar, probar), delectare (agradar), movere (conmover)— está claro que a ese punto podemos llegar todos como escritores; lo que variará será la calidad literaria, que irá creciendo con el tiempo y la práctica del oficio.
¿Qué significa para ti tu labor como profesor? ¿Cómo y por qué comenzaste a impartir clase?
En Escuela de Escritores, comencé a impartir clases cuando la dirección se planteó la necesidad de abrir una línea de escritura creativa en catalán. Buscaban a alguien que pudiera impartir esos cursos y presenté mi currículo. Para mí, fue una suerte que me eligieran para ese trabajo. Me dedico a una profesión que a menudo resulta dura, lo sé, pero lo hago porque eso me llena y creo que esa es la mejor motivación para hacer algo. Estoy segura de que no podría vivir haciendo otra cosa. De hecho, para dedicarme a ello en cuerpo y alma dejé un trabajo fijo en la administración pública, pero en ningún momento me he arrepentido. Me compensa el hecho de que un alumno me diga, al terminar un curso, que se da cuenta de lo mucho que ha aprendido en ese periodo de tiempo. Eso compensa las horas que dedico a ese trabajo, las noches de escritura hasta altas horas de la madrugada para tener a punto un material que quiero entregar a mis alumnos, por ejemplo.
¿Cuál es tu relación con el resto del equipo de la Escuela?
Somos conscientes de ser una Escuela, en parte, virtual y, por tanto, hemos aprendido a desarrollar fórmulas para evitar que el hecho de vivir y trabajar desde diversos puntos de la geografía nos mantenga alejados unos de otros. Para ello, el foro es muy útil porque ahí estamos todos conectados, es como la sala de profesores de mi instituto, pero mejor todavía porque los mensajes que se mandan llegan a todos sin necesidad de colgar cartelitos en el panel de corcho. Además, tenemos grupos de trabajo que nos mantienen conectados virtualmente en función de las diversas materias que se imparten en la Escuela. Pero también tenemos un claustro presencial anual, que coincide con la fiesta de fin de curso y ahí nos encontramos todos. Por supuesto que me gustaría vivir más cerca de Madrid, es algo que echo de menos, pero, por suerte, las conexiones desde Barcelona cada vez son mejores.
¿Cuáles son las peculiaridades de tu metodología, aparte de la mecánica común a todos los talleres? ¿Te sientes libre a la hora de aplicar tu criterio pedagógico?
La libertad de cátedra es total. Por supuesto, no trabajaría para una escuela que me marcara pautas en ese sentido. Lo tengo muy claro y es algo que valoro en todos los ámbitos de mi vida profesional. Por supuesto que el sistema de trabajo lo marca la Escuela, pero resulta que me parece fabuloso tal y como está planteado. De todas formas, a mis alumnos siempre les doy un poco más de trabajo extra, que consiste en pedirles que comenten los ejercicios de sus compañeros, porque es un sistema a partir del cual aprenden a analizar textos, un recurso que necesitarán más adelante, cuando tengan que trabajar solos y deban ser capaces de revisar sus propios textos.
¿Qué les pides a tus alumnos cuando comienza el curso? ¿Y cuando termina? ¿Cuál es tu nivel de exigencia?
Los alumnos suelen iniciar el curso muy motivados. Además, les pica la curiosidad por lo que van a encontrarse, por sus compañeros a los que no conocen ni pueden ver, por los contenidos de los diversos temas, pero muy en especial por los comentarios que reciben sus textos. Así que insisto en ese tema y no dejo que la actividad, que suele ser frenética los primeros días, descienda a niveles muy bajos durante el curso. De todas formas, tampoco se trata de atosigar, pero un mensaje al día es lo mínimo que suelo enviar al foro.
¿Consideras la enseñanza como un intercambio? ¿Qué te enseñan tus alumnos?
Me encanta que me hagan esta pregunta, porque lo cierto es que no he aprendido nunca tanto como ahora, haciendo de profesora. Por supuesto que hay ahí un intercambio (tout enseignant est enseigé, tout enseigné est enseignant: la premisa que se ha acuñado desde que en mayo del 68 se preconizó el cambio que ha modificado nuestras vidas al completo). Además, esa reciprocidad es necesaria para que el profesor siga creciendo como tal. En la Facultad se adquieren conocimientos teóricos, por lo menos en la época en que realicé mis estudios, pero la práctica es lo que más nos enseña. Por eso, con mis alumnos, es diferente: las clases son muy participativas y ellos me han aportado mucho en ese sentido, tanto conocimientos didácticos como relacionados con la escritura creativa. En realidad, sus preguntas y sus dudas son el mejor campo de aprendizaje para un profesor. Además, no hay que olvidar que el nivel de estudios de muchos de ellos es elevado. Por otra parte, hay cuestiones que, como profesora, conocía, pero hasta que no he tenido que explicarlas, no las he hecho realmente mías.
¿Cuáles son las cualidades necesarias, según tu opinión, para ser un buen profesor de un taller?
Todo buen profesor debe ser capaz de hacer vibrar a sus alumnos, de despertar su sensibilidad y de transmitir ese entusiasmo que es imprescindible que posea para poder realizar de forma correcta su labor docente; de ayudar a sus alumnos a constatar que van consiguiendo avanzar en su aprendizaje y de transmitirles la sensación de satisfacción por las metas conseguidas. Da lo mismo si es profesor de un taller literario que si su ámbito didáctico es la bioquímica: sin esos elementos el alumno se sentirá perdido y es probable que abandone sus estudios.
Dentro de tu campo didáctico, ¿en qué partes te gusta profundizar?
En lo que a conocimientos y estudio se refiere, reconozco que soy un poco cotilla y me han interesando —y siguen interesándome— temas muy diversos, y no solo dentro del ámbito de la escritura creativa. De hecho, he realizado incursiones tanto en cuento como en poesía aunque, de momento, dejo la novela para cuando disponga de algo más de tiempo. Últimamente, he dedicado buena parte de mis estudios e investigaciones al mundo del microrrelato porque me parece fascinante. Además, lo considero un punto en común entre los dos grandes géneros literarios: poesía y narrativa.
¿Qué opinas de los concursos literarios? ¿Y del afán de publicar?
Los considero un trampolín imprescindible para un escritor novel porque es una buena fórmula para darse a conocer, para intentar llegar a un público que, de otra forma, no tendría. Además, realizan una función social importante en relación con la lengua. No nos engañemos, aunque hay quien dice que escribe para sí mismo, todos lo hacemos un poco con el íntimo deseo de transmitir algo a alguien; por tanto, de ser leídos. No digo con ello, que se busque la fama, no es lo mismo, pero saber que quizá hemos conseguido aportar algo positivo a la vida de otra persona nos hace sentir un cosquilleo interior que, para qué vamos a engañarnos, a todos nos produce satisfacción. De hecho, todo escritor ha sido antes lector y lo que busca es, básicamente, ser capaz de escribir aquello que le gustaría leer.
¿Cómo compaginas la labor como profesor con tus propias creaciones?
Recientemente, dedico más esfuerzo a la poesía y a los relatos hiperbreves, así que lo llevo mejor que otros compañeros que afirman no disponer de tiempo para dedicarse a la escritura creativa porque la tarea de profesor les absorbe completamente. Con ello, no quiero decir que ni un género ni el otro sean menores o requieran menos energías o conocimientos, todo lo contrario: simplemente me resulta mucho más fácil ponerme a trabajar cuando solo dispongo de una o dos horas. Pienso, de todas formas, que escribiría aunque fuese en la ducha porque, como he indicado, aquello que nos motiva es lo que acabamos haciendo. Además, como los budistas, intento dejar que sea el corazón quien me guíe en mis decisiones, porque la ventaja es que el esfuerzo que se requiere en ese caso siempre es menor y con ello aumenta el rendimiento de nuestro trabajo.
¿Cuál es tu escritor favorito? ¿Por qué? ¿Qué libro estás leyendo en la actualidad?
Curiosamente, esta es la pregunta más difícil de todas. Son muchos los modelos en los que intento buscar ideas y ejemplos para mis lecciones; y muchos también los autores que conozco y que consiguen entusiasmarme. De hecho, tengo la suerte de dominar perfectamente dos idiomas y de conocer alguno más, lo cual me permite leer textos en su versión original. Por tanto, como estoy inmersa en un ámbito pluricultural, son muchos los que deberían constar en este apartado, desde mi punto de vista. Aun a riesgo de dejarme muchos, considero imprescindibles nombres como Cortázar o Bioy Casares. En el ámbito internacional, Raymond Carver, Cheever, Murakami y Auster resultan indispensables para un escritor actual. Y también Jesús Moncada, Albert Sánchez Piñol, Pere Calders, Quim Monzó, en el ámbito catalán. Mi último descubrimiento ha sido Kjel Askildsen, de quien acabo de leer Todo como antes, una recopilación de cuentos altamente recomendable. En el ámbito del microrrelato, destacaría a Italo Calvino y Borges.
Entre los muchos premios que has ganado destacan los de cuento y de poesía. Por otro lado, impartes el taller de Microliteratura en la Escuela: ¿cuánto de poesía crees que tiene la minificción? ¿Es un género que ha llegado para quedarse o una moda, como han intentado ver algunos?
No, no es un género tan novedoso como creemos. Tiene sus raíces más allá del siglo pasado y fue con las vanguardias de los años 20 que se inició su auge como subgénero. Ahora mismo, está en su apogeo, es cierto. Pero perdurará porque tiene algo que nos atrapa, que nos envuelve como lectores; quizá sea el hecho de que se trata de textos muy sugerentes; o esa elipsis que suelen incluir y que nos invita a la reflexión, lo mismo que la poesía; o el impacto final que generan, que es lo que despierta en el lector la necesidad de más relatos del mismo tipo. De hecho, ya sabemos que lo más valorado en un relato es que consiga ese efecto impactante y una obra es tanto más impactante cuanto más rompe nuestras expectativas. Y todo eso conecta con la realidad narrativa actual y también con nuestra forma de vida, así que el microrrelato evoluciona en ese mismo sentido, por eso no desaparecerá.
El 2006 organizamos junto con la Escuela de Escritura del Ateneo de Barcelona la iniciativa «Reserva de palabras» para recuperar las palabras en desuso, que también se realizó en catalán. Entonces eras la única profesora que pudo elegir una palabra en los dos idiomas: ¿te ayuda el bilingüismo a la hora de impartir clases de escritura tanto en catalán como en castellano?
Pues sí, fue todo un acontecimiento y, efectivamente, fui la única en tener tal privilegio. Me encanta pensar que soy un poco la conexión entre dos mundos, distintos pero iguales (¡menuda paradoja!). Una lengua, de hecho, es el reflejo de una realidad cultural y hablar más de una lengua nos ayuda a descubrir que hay más de una forma de decir lo mismo, de la misma manera que hay más de una manera de ver el mundo. Y eso es una ayuda importante a la hora de escribir y también de dirigir a mis alumnos en su aprendizaje. Creo que es por eso por lo que me interesé en ambas lenguas y estudié dos filologías. De hecho, si no dispusiera de ambos recursos, mi tarea como escritora y como profesora me resultaría muchísimo más difícil aunque, a decir verdad, ahí poco mérito he tenido yo, más bien ha sido un don favorable de los dioses que intento agradecer trabajando mucho.
Diciembre, 2008