Relatos en Cadena | Votación popular

XVI Edición del Concurso: voto del público

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Desde esta página podrás participar en la votación popular que cada mes otorga un voto en la final mensual del concurso Relatos en Cadena.

La votación mensual de mayo está cerrada.

Finalistas del mes de mayo

«¿Armario o cornisa?». Cuatro horas encerrado en el guardarropa o una hora en el alero que bordeaba nuestro piso. Él siempre creyó en el aprendizaje a través del castigo. Como soy claustrofóbico, siempre elegí cornisa. Aunque al principio era incapaz de mirar siquiera, con el tiempo fui acostumbrándome a la altura. Algunos castigos después, empecé a salir con una toalla enfundada al cuello. Luego emprendí prácticas de vuelo. Castigos más tarde, ya planeaba hasta el bloque de enfrente. Ahora, cada vez que me castiga, soy todo un superhéroe. Portándome de mal en peor para volar cada vez más lejos, gracias a papá.

Gracias a papá, que me enseña los trucos del oficio, trabajo en noches sin luna. Elijo una habitación con niño. El hueco debajo de la cama debe ser amplio, por si la espera se alarga. Respiro con suavidad, sin gruñir. Cuento ovejitas muertas hasta que estoy seguro de que duerme. Saco la zarpa por un lateral para atenazarle el pie. Estiro tantas veces como sean necesarias, hasta que grita. Según mi padre, aún me queda mucho por aprender. Si llevo entre los dientes un buen trozo de alma infantil, no debo creer a la madre cuando le dice que yo no existo.

Le dice que yo no existo, que no se preocupe, que ya lo sabe. Que solo es un juego. Ha aprendido a disimular tan bien que le convence enseguida y vuelve cada uno a lo suyo. Luego ya a solas me cuenta su día sin saltarse nada. Desde los determinantes en lengua y la asquerosa disección de la rana hasta las collejas y el bocadillo lleno de tierra. Me vuelve a pedir que no haga nada, pero ya me he cansado, y mis colegas bajo sus camas no son tan amables como yo.

“No son tan amables como yo”, repetía sin parar aquel hombrecillo. Lo habían encontrado la noche anterior en el aparcamiento de la discoteca del pueblo, con la cara ensangrentada, sin cartera, dinero ni móvil. Los médicos del hospital comarcal estaban atónitos: no respondía a ninguna pregunta y, además, su cuerpo menudo tenía un aguante insospechado a los sedantes que le habían administrado, suficientes para fulminar a un hipopótamo. Si aquellos ladronzuelos hubieran sabido que convenía ser amable con él, sus congéneres no habrían acudido a su rescate unos días después, y nuestro planeta no sería hoy un zoo para alienígenas con los humanos como atracción estelar.

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